Conocí a "Milko" a la edad de dos meses, se trataba de un pequeño labrador negro de lo más inquieto y simpático, lo llevó mi hija Alejandra al consultorio para aplicarle sus primeras vacunas, mi hija apenas cursaba el primer año de la carrera de veterinaria, ahora es una colega con su propia clínica veterinaria.
Lo seleccionó por su temperamento alegre y vivaz de una camada de varios labradores, lo había comprado para darlo como un obsequio muy especial a quien es ahora su esposo. "Milko" creció en un ambiente familiar donde le querían y se preocupaban por él, gozaba de una salud excelente y de un magnífico apetito, siempre conservó su carácter alegre y amistoso, con esa mirada tierna y típica del "Cobrador de Labrador", sin temor a equivocarme, es una de las razas de mayor demanda por poseer gran cantidad de cualidades, a excepción de la agresividad.
Su inteligencia, docilidad y el magnífico carácter a logrado la simbiosis perfecta, no solo con la familia completa, sino quien convive con ellos. Lleva ese gen en sus cromosomas que aún no mencionan los libros, el "don" de fascinar a todos por su amistad y su "gran corazón".
Hace unos meses "Milko" empezó con una serie de problemas, ya contaba con tres años de edad, perdió su gran apetito y por ende el resplandeciente brillo del manto negro que le caracterizaba, se apagó la chispa de esa energía inagotable de los perros de su edad, y dejó de expresar esa sonrisa que es fácil apreciar de quién hemos disfrutado la compañía de una mascota.
Continuó con algunos problemas gastrointestinales, decaimiento, y anorexia. Para entonces mi hija Alejandra cursaba el cuarto año de la carrera de veterinaria, así que prácticamente era ella quien llevaba el caso clínico, el dueño de "Milko" se dirigía con ella exclusivamente, aún no sentía la confianza de tratar con quien resultaría su futuro suegro, posteriormente mi hija lo consultaba conmigo, no por eso dejaba de sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
"Milko" respondía a los tratamientos que le administrábamos, pero volvía a recaer en unas semanas, tal era su preocupación de mi hija que lo llevaba a consulta con sus maestros a la escuela de veterinaria, pero lejos de orientarla, la confundían con los diagnósticos que cada uno daba sin conocer la historia clínica completa del caso.
Después de analizar algunos resultados de los estudios que le hicieron, no salíamos de dudas, y fue entonces que recomendé lo llevaran a realizar otros análisis al laboratorio donde envió los casos de la clínica, para así valorar otros resultados y confirmar definitivamente el diagnóstico.
Al obtener los informes del laboratorio, desafortunadamente comprobé lo que temía, los riñones no se encontraban funcionando normalmente, la urea se encontraba en elevadísimas concentraciones en la sangre, lo cual me indicaba que nos enfrentábamos con un problema de insuficiencia renal, de ahí la razón por la cual había mejoría durante el tratamiento y luego volvía a recaer.
Después de cuarenta y cinco años en la profesión, seguimos encontrando casos clínicos que nos quitan el sueño, la especialidad, congresos y nuevos fármacos, aún no han sido suficientes para las enfermedades irreversibles que nos hacen sentir maniatados, y con mayor razón lo será para un estudiante de cuarto año.
Tratábamos con una enfermedad sin cura alguna, pues al dejar de funcionar los riñones el organismo se va intoxicando lentamente, podíamos mejorar temporalmente su salud, pero no en su totalidad. Después de unos días me avisaron que "Milko" volvió a recaer, una vez más se le administró tratamiento, pero ahora no le fue de gran ayuda, luego de algunas unas horas mi hija me avisó que había fallecido.
Sentí una gran consternación, como si se tratase de un pariente cercano, lo mismo noté en las dos familias, le guardábamos un cariño muy especial. Definitivamente sabía que jamás sanaría de su problema renal, pero al menos logramos disminuir algunos síntomas de su enfermedad, mejorando parcialmente la calidad de vida.
El noble labrador jamás se rindió al igual que su dueño, que siempre veló por él e hizo más de lo que estuvo en sus manos, siguiendo las recomendaciones al pie de la letra. Cuando recibía a mi paciente en sus últimas visitas, aunque su semblante era triste, en ningún momento dejó de menear su cola, ni mucho menos fue agresivo al recibir todas esas inyecciones que utilizamos para prolongar su vida, al contrario, continuó expresando gratitud ante lo poco que pude hacer por él, y no lograr salvar su vida.
"Milko" fue como una estrella fugaz, tuvo una vida corta y feliz que alumbró la vida de sus dueños, y que nunca sufrió gracias al cariño de ellos.
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