Cómo no recordar aquellos viejos años dedicados a la salud de los animales, pasión que me hizo vivir los mejores años de mi profesión. Aquella fuerza de mis brazos, las rodillas firmes, y aquél pelo oscuro, se fueron poco a poco sin darme cuenta, diariamente solía ganarle al sol para ver a mis pacientes, han pasado más de cuatro décadas, y qué mejor que las nuevas generaciones continúen con nuestro sagrado trabajo. Qué gran escuela nos legaron los colegas que ya se encuentran descansando al fin de los establos.
La competencia es buena y necesaria, bienvenida sea, pero cuando es deshonesta actúa como cáncer en nuestro gremio, continuemos con los valores que siempre han caracterizado a nuestra bella profesión. Qué importante labor la de nuestros colegas dedicados a la producción de alimentos libres de enfermedades, atendiendo partos, cirugías, epidemias, las cuales te hacían envejecer diez años de tu vida. Gracias a los colegas por la continua preparación y seguir transmitiendo sus conocimientos en las aulas a los futuros veterinarios.
Qué rápido se fueron los años, pasando como hojas de calendario. Inicié en poblados mi profesión, atendiendo animales de lánguida expresión, como hospital un viejo corral de tablones, y la paja seca de mesa de operaciones. Pasaron los años y de las pequeñas especies me enamoré, regresando a las aulas con mis cuatro retoños en formación, distinguiéndome la vida con tres hijas con mi profesión. Atendí perros y gatos durante lustros, qué mayor satisfacción al ver su sonrisa cuando sanaban. Y cuando me llamen a cuentas, abanicando sus rabos y con ladridos de colores, ellos me dirán… ¡Bienvenido al cielo de los perros!