La piedra angular de la democracia es el "logos", la palabra razonada, porque ella es la que posibilita la discusión, la argumentación y la transmisión e intercambio de ideas. Todo aquello que vaya en contra del pensamiento libre y la libertad de pensamiento (que no es lo mismo) y su correlato en la expresión, socava en el fondo las bases de la democracia política. Dar crédito al derecho ajeno a expresar sus ideas, sobre la base, claro está, de conducirse bajo parámetros que reconocen elementos básicos de respeto y dignidad es el complemento de la palabra como base de la democracia política.
El pensamiento único, ése que no acepta matices o diferencias, es contrario al espíritu de la comunidad democrática. El pensamiento único cancela no solo otras posibilidades de ver el mundo y construir su futuro, sino que desconoce también la capacidad de otras personas de pensar, comunicar y actuar para crear realidades diversas y futuros no inerciales.
En el diálogo público, en democracia, hay una pregunta compuesta de solo dos palabras que resume la doctrina democrática en que se inscribe el reconocimiento de las otras personas como sujetos libres: ¿qué opinas? En efecto, preguntar a alguien su opinión, cuando es genuino el cuestionamiento y no retórico, en el fondo significa reconocer una autonomía en el interlocutor, una libertad distinta a la propia, una dignidad y una capacidad para el intercambio de "logos", de palabra razonada.
Por muchos años tuve la fortuna de intercambiar puntos de vista y, en efecto, opiniones, con Heriberto Alejandro Ramos Hernández, amigo y también durante una época colaborador aquí en El Siglo de Torreón. Además de experto en finanzas y economía, fue profesor de posgrado en varias universidades y colaborador en varios medios de comunicación. En 2015 salió a la luz "El interés más sincero. Noventa pretextos para iniciar una conversación" (Groppe, 2015, 262 páginas), su libro en que reunió textos publicados a lo largo de los años. Puedo afirmar que esos noventa pretextos seleccionados fueron solo una pequeña muestra de los muchos más pretextos que acumuló para iniciar conversaciones con sentido y profundidad y, por tanto, con el sello de la inteligencia: humor.
Hace unos días, a través de WhatsApp me compartió uno de sus últimos tuits en el marco de la serie "verdades sobre negocios que pocos te van a enseñar", palabras más, palabras menos, decía: " …porque es más difícil simplificar una idea compleja en un ensayo que embellecer una pasión simple en una novela", y finalizaba su mensaje con una pregunta para mí (la misma que motivó este texto) "¿qué opinas?" Este tema puede pasar como uno de esos múltiples pretextos que se inventaba Heriberto para iniciar una conversación. Visto así, fue un magnífico provocador de conversaciones.
La conversación provocada, reconociendo la dignidad y capacidad de la otra persona, motiva entonces las discusiones que evitan la inacción o favorecen las inercias autoritarias. En el contexto cultural de nuestros días, es apremiante generar pretextos para conversar, lo que supone compartir la propia voz y, quizá más importante, aprender a escuchar voces distintas. Recién se publicaron los resultados de una encuesta de percepción acerca de la democracia y, si bien es todavía alto el porcentaje que en México la aprecia, alrededor del setenta por ciento, es preocupante que el resto considere al autoritarismo como un régimen valedero. Y el resultado preocupa porque, entre otros males públicos, el autoritarismo en un ataque frontal a las libertades fundamentales, entre ellas la de pensar y, por tanto, expresar.
"¿Qué opinas?" es una pregunta cuyo sentido social solamente es posible en un contexto democrático. En la medida que la pregunta pierda frecuencia, relevancia o incluso posibilidad es probable que se esté atravesando un túnel oscuro y de raigambre autoritaria. Pienso que dar pie a la conversación y al intercambio de la palabra razonada son maneras de ejercer lo básico de la democracia política. Y con esto retomo la última pregunta de Heriberto: ¿qué opinas?
@EdgarSalinasU