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Recuento

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Uno de los amigos de Higinio fue Rodrigo "el Negro" Caballero, jocoso periodista que cubría la fuente policiaca. En la redacción "el Negro" junto con sus compañeros formaba una pandilla traviesa que hacía recordar los tiempos de escuela primaria. En sus tiempos los escritorios estaban colocados alrededor de la redacción de frente a la pared, de tal forma que los reporteros daban la espalda al centro del salón, esta posición la aprovechaban los juguetones reporteros para enganchar en el cinturón, por la espalda de algún compañero, "colas" de papel que la "víctima" de la travesura arrastraba durante todo el día. No solo eso hacían, también les gustaba bailar

(HAEN)

UN DOMINGO EN LA TARDE...

Un domingo a las cinco de la tarde y nada por hacer en la redacción. Notas y encabezados de la sección de Gómez Palacio y Lerdo se encontraban ya en los talleres de formación. La información local -oficial y policíaca- del mismo modo esperaba su transferencia a los talleres de linotipos, títulos y formatos incluidos. Los hilos transmisores de los mensajes nacionales y extranjeros igualmente se hallaban en calma aparente con un ronroneo interminable que provocaba sueño en una sala prácticamente desierta, con escritorios y máquinas de escribir inmóviles y un teléfono mudo.

-¿Qué hacemos chaparro? ¿Vamos al salón de baile que está a la vuelta, bailamos una o dos piezas y nos regresamos antes de las siete? El supervisor de los domingos llega hasta las ocho de la noche…

-No, no… ¿Y si nos descubren? respondí timorato. -Hay un guardia en la puerta y no tardan en llegar linotipistas y formadores. Además, no sé bailar.

-No te apures, allí aprenderás. Por lo demás, nadie se dará cuenta de nuestra ausencia.

Y hacia allá fuimos. Entramos al salón con música orquestal en vivo y bailamos el cha cha chá "Los Marcianos llegaron ya". Rodrigo se aventó con un danzón. Tuve que arrancarlo de los brazos de la dama danzante para regresar cuanto antes al trabajo.

Apresurados, volvimos a la redacción, todavía silenciosa y paralizada. Al poco tiempo cobraron vida los receptores y comenzó a llegar la información más importante del día. Arribó el jefe de redacción y con él los cronistas deportivos que llevaban los sucesos de la jornada dominical en esa disciplina.

Ceremoniosamente Rodrigo ocupó su escritorio como responsable de ordenar la información del extranjero enviada por la United Press International (UPI) y un servidor se plantó ante la Remington Corona para darle presentación gramatical a los comunicados de la Asociación de Editores de los Estados (AEE). Ambos creíamos que nadie nos había visto ni notado nuestro alejamiento temporal de la catedral que fue para nosotros El Siglo de Torreón, donde los redactores escribían a máquina de forma vertiginosa.

Al día siguiente a las cuatro de la tarde, nos llamó a su oficina don Antonio de Juambelz, aparentemente molesto.

-Muchachos ¿qué les pasa? Me dejaron sola la redacción para irse a bailar. Yo también fui joven pero nunca abandoné el trabajo en forma tan irresponsable.

Su voz sonaba un tanto resignada y curiosamente tolerante a la vez. -La próxima vez sólo uno se me va a bailar y el otro se queda de guardia.

No llegó el regaño temido ni tampoco las sanciones que marca la ley por abandono de labores profesionales. Y esa fue nuestra lección. A partir de aquel momento fuimos los más veloces en la transcripción a máquina de los cables extranjeros y mensajes nacionales, corresponsalías por delante. De salida luego de concluir la jornada del domingo, el guardia que recibía los anuncios, condolencias y esquelas sobre todo, preguntó burlón: ¿Cómo les fue con el jefe? A la siguiente me llevan.

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