Por circunstancias de una índole distinta al tema de esta colaboración recorrí hace pocos días una gran parte del estado de Coahuila. Hacía mucho que no visitaba tantos lugares del estado en tan poco tiempo. Esta experiencia reciente me hizo concluir que Coahuila es una entidad diversa en geografía y ventajas, grande en territorio y oportunidades, atractiva más allá de lo habitual y conocido. Podría decir que Coahuila es mucho más que la suma de sus partes, y es un error suponer que una de sus partes define al estado.
Por el valor de las exportaciones, la entidad ocupa el segundo lugar nacional y por nivel de escolaridad se encuentra entre las cuatro más altas del país. En la producción de varios bienes está entre los primeros lugares. Pero más allá de datos sueltos e indicadores diversos, otro aspecto que me llamó la atención es la actitud de la gente, el orgullo manifiesto de ser de tal o cual región del estado. Al final de todo, el principio detrás de cualquier logro es siempre la gente, las personas.
Sucede que este año, con las elecciones del primer fin de semana de junio, dos poderes del estado, el ejecutivo y el legislativo, habrán de renovarse. El interés que suscitan las elecciones va más allá del morbo de moda en lo últimos años en los procesos electorales estatales, a saber, si Morena también ganará esta elección afianzado en la popularidad a prueba de casi todo del presidente López Obrador. Cabe señalar, en este último sentido, que Coahuila es de las muy pocas entidades en las que el gobernador cuenta con un nivel de aprobación mayor a la del presidente.
Normalmente en una competencia electoral en la que el partido en el poder cuenta con un gobierno con una alta aprobación, como es el caso de Coahuila, la lógica diría que el resultado es bastante predecible a favor de la continuidad. Pero sorprende, por atípico, que conforme a las encuestas publicadas desde todos los frentes al día de hoy las preferencias están muy cerradas entre las dos coaliciones punteras.
Las narrativas previsibles ya han sido de alguna manera anticipadas en diversos actos por parte de los protagonistas. En el caso del partido en el poder se tratará de afianzar sobre la estrategia que ofrezca continuidad a las condiciones generales de seguridad pública en el estado como condición para mantener el magnífico ritmo de inversiones, generación de empleo y bienestar general de la población. En contraparte, el principal candidato opositor habrá de insistir en la necesidad de un cambio que permita un manejo más transparente de los recursos, retóricamente se insistirá en el castigo a los de pasado y en las ventajas de estar en la misma sintonía del gobierno federal. Otros candidatos lucen, a estas alturas, muy lejos de estar en condiciones de competencia efectiva. Quizá con el paso de las semanas podremos visualizar mejor si ese estatus se mantiene o entran de lleno en la competencia real.
Por lo pronto entramos a un periodo de precampañas en las que, sin dejar al descubierto del todo los mensajes clave propios de la campaña, podremos ver aspectos básicos con los cuales los candidatos buscarán el posicionamiento y diferenciación necesaria para ganarse la simpatía del electorado.
De regreso a la anécdota inicial, si bien en términos generales hay una narrativa común respecto de la grandeza relativa del estado de Coahuila, en términos electorales seguramente veremos a candidatos ofreciendo discursos y diálogos marcados por un regionalismo que reconozca la diversidad del estado y las particularidades que cada polo tiene para ofrecer a su población condiciones de bienestar y desarrollo. Habrá ofertas generales para el estado, pero la diferenciación se dará en lo que los candidatos ofrezcan a la población según la idiosincrasia y condiciones regionales.
En este sentido, será interesante para La Laguna lo que los candidatos ofrezcan y estén abiertos a escuchar y atender. Ojalá que la región también piense fuera de la caja y construya diálogos con los candidatos más allá de los lugares comunes propios de una campaña.
@EdgarSalinasU