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COLUMNA

Una política nueva, no continuista

ENRIQUE MÁRQUEZ

Finalmente, hemos creado un mundo al margen de la vida, habitado por la inconmensurable población de muertos, de vejados, de perseguidos, de solos o despreciados. Un mundo pleno de hambre y barbarie y, a pesar de su extraña, más bien patológica propensión por la moda y todas las inservibles baratijas, un mundo descompuesto que mira hacia atrás. El consumismo atroz, el abuso de siempre, la violencia delincuente en campos y ciudades, y todos sin ilusión posible, sin utopías que aligeren el paso o nos regalen un poco de luz, de horizontes con flores, de caminos dentro de la ley.

De un camino que nos lleve a algo más que a sobrevivir sin esperanza ni paciencia. Como poeta metido al análisis político efímero o circunstancial de lo que pasa en mi patria perdedora, casi perdida, cada vez me siento más incómodo, muy fuera de lugar, como advenedizo en territorio de comentos y jumentos, de especialistas". También, de ciudadanos, de periodistas honestos que intentan contener el insufrible insulto mañanero o la creciente ausencia de una sombra donde guarecer a nuestro país. "Escribe más optimista", me llega el consejo desde el lado más querido y cercano de mi vida, y me siento molesto. Porque uno no puede andar por la vida en un México como el de hoy, en un mundo tan incierto, extraviado y beligerante, repartiendo ilusiones como aspirinas, ecuaniles o tarjetitas de la fortuna o florecitas.

Porque toca al gobierno y tocará a quienes aspiran a la silla de la ruidosa chachalaca (antes silla del águila) eso: gobernar, esbozar planes, políticas y acciones eficaces que nos devuelvan la paz y la seguridad tan escandalosamente perdidas. Junto con la caída presurosa del mandamiento neoliberal y la pandemia, el mundo quedó en suspenso, repleto de incertidumbres. Porque perdimos el sentido de todo y sólo la política visionaria, no populista, creativa, permitirá despejar el nuevo camino. Me siento incómodo y añorante, nostálgico, enfermo de un pasado que tampoco fue tan límpido o mejor, pensando en el largo recorrido de las utopías mexicanas que animaron la vida de la nación entre dos siglos, en búsqueda de plenas garantías para lo social y la democracia. Paradójicamente, esos logros, conseguidos por tantos y por todos hoy están en crisis, porque lo social, no obstante estar consignado como un derecho constitucional desde siempre, hoy se maneja como indebido recurso clientelar electoral y la democracia agoniza casi perturbada por un gobierno que no gobierna vaciando a las instituciones de su prestigio. Me siento incómodo porque sería mejor en este momento duro, retador y difícil para todos, hablar de sueños o especular hasta la media noche sobre el destino final de "las corcholatas" (qué insultante, corriente o bajo, llamar así a los precandidatos.) México tiene derecho a soñar pero más a recuperar la calma, porque el país, atribulado y expectante, espera algo más que retórica y cosmética de quienes aspiran a la silla mayor tan zarandeada. Porque la recuperación de la seguridad y de la fe en nosotros mismos sólo podría llegar amparada por una política nueva, no continuista, creativa y distinta.

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Escrito en: Enrique Márquez Editorial Enrique Márquez

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