Plutarco y Galeno ya habían hecho algunas referencias a este síndrome.
Quien sufre del delirio erotomaníaco, tiene la convicción (no el deseo, ni la fantasía, ni la ilusión) de que participa de una relación de Amor Imposible con una persona, generalmente de una posición social superior, que resulta inalcanzable. Además, le atribuye haber dado los primeros pasos y haber tomado la iniciativa en la relación.
Verá pruebas del amor contundentes en los actos insignificantes de su pareja ilusoria. Al tratarse de un delirio, estas ideas son fijas, permanentes e irreductibles a la argumentación lógica.
El sujeto permanecerá enamorado de su objeto.
La erotomanía es también conocida como el síndrome de Clerambault, por el psiquiatra francés Gatian de Clérambault.
Ahora bien, cómo podríamos relacionar este extraño padecimiento con nuestra vida colectiva.
Configuramos una sociedad que ha alimentado nuestra erotomanía hasta límites insospechados.
¿Cómo?
Casi todas las personas viven en una complaciente dependencia de sus móviles y redes sociales. Dedican horas y horas a participar de un juego peligroso del que forman parte otros desconocidos. En ese juego, proyectarán emociones, sentimientos, como si fueran celebridades. El exceso de exposición, el escaso resguardo de la intimidad, el acceso de todos con todos, han contribuido a proyectar imágenes confusas acerca de quiénes somos en realidad. Algunas personas se han convertido en un personaje y se han fusionado con él. Esa hipotética celebridad los ha devorado.
Las secuelas llegan tardías, pero arriban: el aumento de la depresión, el consumo de pastillas para olvidar o construir contextos sin angustia. He visto en Japón a personas que viven con un muñeco y establecen con él una relación proyectada. Millones de personas viven en absoluta soledad, sostienen relaciones virtuales, no reales y lógicamente esta decisión en algún punto los abruma.
Las celebridades contabilizan su valor social no tanto por lo que han hecho sino por la cantidad de likes o seguidores que ostentan como verdaderos trofeos. Un Big Brother ha comenzado a rodar, diluyendo las fronteras entre la realidad cotidiana y la fantasía.
Delirios como el erotomaníaco son producto de contextos enfermos, corazones heridos por la ausencia de amor verdadero.
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