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Reconstruyendo puentes rotos

CLAUDIO PENSO.-

Mostar está situada junto al río Neretva y es una de las ciudades más importantes de Bosnia y Herzegovina. Célebre por dos cosas: su emblemático puente Stari Most (Puente Viejo) y por los guardianes que cobraban el pasaje, llamados mostari.

Mostar está dividido por una avenida que separa a ambas poblaciones, una católica y la otra musulmana.

El país está habitado por serbios, croatas y bosnios. Al estallar la guerra en 1991, los croatas y bosnios se unieron para repeler los ataques de las fuerzas serbias. Luego, sobrevino algo que nadie puede explicar. Los aliados lentamente se transformaron en enemigos.

La bestia salió de la oscuridad y comenzaron las muertes, las violaciones, las torturas. Los argumentos políticos eran la necesidad de una limpieza étnica. Estando allí, una mujer me contó que sus propios vecinos denunciaron a su familia. Hubo violaciones en una escuela cercana, tenían el propósito de engendrar un hijo que el enemigo pudiera padecer. Mucho odio derramado que no cicatrizará fácilmente en mucho tiempo.

La guerra está todavía latiendo en cada familia, el dolor no ha cesado.

Un punto culminante fue el 9 de noviembre de 1993 a las 10:15 am. Las bombas hirieron de muerte al viejo puente, hasta que se derrumbó sobre el río.

Muchas personas comentan hoy que no habían comprendido la importancia de un puente hasta que no pudieron cruzarlo.

Hoy el puente ha sido reconstruido con los mismos materiales y sistemas que en su origen. Sin embargo, el boulevard todavía divide a las personas. Muchos no conocen "el otro lado". Una guía católica no quiso cruzar ese límite de pocos metros, se excusó diciendo que nadie en su familia lo había traspuesto. Lo vivía como una capitulación.

El frente de las casas todavía conserva las cicatrices de las balas y bombas. El puente fue reinaugurado en una fiesta colectiva y al ingreso hay una piedra con una inscripción: Don't forget 93.

Las guerras han dejado cicatrices y huellas no sólo en los puentes, en las casas y en las familias, sino en el alma de las personas. Esas heridas se llevan en silencio, con resignación.

La humanidad continúa reconstruyendo puentes que una minoría destruye.

La maldad está viva, el amor también.

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