Ragusa tenía pocos habitantes, una ubicación estratégica y mucha riqueza. Venecia la dominó durante muchos años y luego merodearon los turcos. En el 1300 la hábil diplomacia de esa pequeña república, también llamada Dubrovnik, urdió una estrategia innovadora para evitar una invasión. Fue el primer acuerdo entre un estado cristiano y uno musulmán.
¿En qué consistió?
Los turcos se parapetaron en la cima de las montañas, desde allí ejercían su acoso amenazante. Evitaron descender y producir un enfrentamiento. De esta forma, el peligro inminente de una invasión generaba temor y preocupación. Para mantener su independencia, los habitantes de Ragusa debían pagar cada año, un tributo al Sultán.
¿Cómo garantizaron el pago? Una delegación se dirigía cada año a Constantinopla para cumplir la formalidad. Permanecía allí como rehén voluntaria hasta que llegase el siguiente pago, una forma creativa de brindar una garantía de cumplimiento.
Gracias a la habilidad de quienes gestionaban su diplomacia, lograron mantenerse independientes durante 1000 años. ¡Diez siglos eludiendo la invasión!
La pujante economía de Ragusa estaba sustentada en el comercio marítimo. Los barcos iban y venían colmados de mercancías.
Como la navegación era un aspecto estratégico, cada hombre tenía una obligación ineludible: plantar 100 cipreses a lo largo de su vida. No era muy exigente, sin embargo, el resultado de este compromiso produjo recursos muy valiosos.
Esos árboles servirían para construir nuevos barcos, sólo había que esperar 50 años a que tuvieran el tamaño adecuado.
La única función del tiempo es consumirse: arde sin dejar cenizas. Sólo en ocasiones sobreviven algunas brasas, aquellas que se han concebido pensando a largo plazo, con inteligencia y un propósito.
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