Homero cuenta que Sísifo era el más prudente y sabio de los mortales.
Tuvo la mala idea de revelar un rapto secreto que desairó a Júpiter, a cambio de agua para la ciudad de Corinto.
Al ser enviado a los infiernos, encadenó a la muerte, lo que enojó a Plutón. Luego quiso probar el amor de su esposa y obtuvo un permiso especial para regresar a la tierra. Cuando estuvo en contacto con el sol, el mar y los placeres, ya no quiso regresar a las sombras del infierno. Fue necesario el consenso de todos los dioses para que Mercurio bajara a recobrar al prisionero en fuga.
¿Qué le pasó a Sísifo? ¿Cómo lo castigaron luego de desoír las normas?
Los dioses lo condenaron a empujar una enorme roca hasta la cima de una montaña. Lo debía hacer cuesta arriba, con sus brazos y sin más ayuda de nadie en absoluto.
El castigo no sólo era el tremendo esfuerzo que implicaba la tarea. Al llegar, la roca volvía a rodar hacia abajo, atraída por la pendiente y por su propio peso. Esta tortura lo obligaba a reiniciar el trabajo, una y otra vez, toda la eternidad. Un desgastante agotamiento perpetuo.
La existencia de los mitos tiene en un punto ambigüedad. Está todo expresado, pero no todo dicho, quizá para que la imaginación haga su trabajo. Una metáfora perfecta para extraer muchas conclusiones.
¿Hay algo más espantoso que un trabajo inútil?
Como Sísifo, muchas personas están condenadas a una repetición ordinaria de gestos, tareas o rutinas sin otro propósito ni destino que el de volver a empezar.
Casi el 87% de las personas de una encuesta realizada en 25 países manifestó su disconformidad con el trabajo que realizan. No son felices empujando la piedra cuesta arriba cada día.
Al revés de Sísifo, no han transgredido ni desafiado a sus dioses, en ello quizá radica su castigo.
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