Fue conocida y temida por todos en la Edad Media. Se llevó consigo a doscientos millones de personas. La llamaron la muerte negra. La peste fue una plaga bacteriana que arrasó con pueblos enteros.
Como sucede en casi todos los acontecimientos que desbordan la capacidad de comprensión, las personas elaboraron argumentos y explicaciones. Uno de ellos atribuía el contagio a las aves.
Para combatirla se emplearon médicos especiales: Los Médicos de la Peste. Esos curadores adquirieron un atavío especial que los distinguía de los otros médicos.
Estaban convencidos de que con él podrían neutralizar el mal.
¿En qué consistió? Usaron una máscara de gas hecha con cuero que simulaba un enorme pico de ave, en el interior ponían perfumes y hierbas para neutralizar la hediondez que tenían los apestados. Además, se protegieron con lentes de vidrio rojo para ser inmunes al contagio. El atuendo se completaba con un largo abrigo de cuero, guantes y sombrero de ala ancha. En la mano derecha llevaban un palo blanco con un reloj de arena alado, utilizado para mover o examinar al paciente y sus familiares. Literalmente evitaban tocar al infectado y a los parientes, salvo con ese palo.
La apariencia de estos médicos se convirtió en la imagen misma de la muerte, eran considerados seres apocalípticos cuya sola presencia espantaba a todo el mundo.
En la actualidad, en el célebre carnaval de Venecia, muchos usan la máscara de los Doctores de la Peste como un símbolo festivo, lejos de la connotación macabra que tuvo en su época.
Los seres humanos expían su dolor y su miedo como mejor les sale, en ocasiones lo hacen usando soluciones parciales para resolver sus problemas esenciales.
Esas máscaras, cargadas de significación, no hacen sino paliar la sensación de angustia y solemnidad con el que se acometen las tragedias. Dentro de algún tiempo, esos signos se convertirán en comedias triviales para celebrar el carnaval.
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