Nada hay más valioso que la vida. Tal vez por eso, en distintas culturas los sacrificios humanos tenían un propósito: ofrecer la sangre y el corazón a los dioses. Era una manera de ofrendar lo máximo, obviamente, quienes lo hacían esperaban una retribución, una recompensa. Estaban seguros que los Dioses o las fuerzas de la naturaleza los oirían.
Los aztecas idearon un ritual inaudito para los tiempos de paz, en los que no había prisioneros a quienes sacrificar a sus deidades. Lo llamaron La Guerra Florida.
Era una contienda fingida que podía durar semanas, pero también años. En ella se organizaba una puesta en escena, una guerra que contenía todos los elementos simbólicos de la lucha, pero no había conquista de territorios ni vencedores, solamente un objetivo: capturar prisioneros para los sacrificios.
Era tan grande la necesidad de sostener el ritual místico que pergeñaron el rito bélico. Cuando declinaba el día, ellos pensaban que el sol moría y suponían que para renacer requería de una fuente energética, el corazón y la sangre de los sacrificados. Entonces se empeñaban con darle combustible al sol para que saliera nuevamente.
Algunos dioses han cambiado, los sacrificios continúan.
El dinero, el poder, el ego han reemplazado al sol y la luna.
El hombre se ha tomado prisionero de sí mismo. Desconcertado ofrece su vacío, las absurdas guerras, la destrucción del planeta.
¿Cuál será el propósito de tamaña autoinmolación?
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