Hace unos días asistí a un evento social y me impresionó mucho la forma de comportarse de varios chavos; no me gustaron muchas actitudes que vi y me da miedo pensar que algún día mis hijas pudieran comportarse igual. No hablo de delincuentes ni nada por el estilo, pero algunas de las conductas que observé no van con mi forma de educar, por lo anterior. Hoy quiero que nos detengamos un minuto a pensar en lo siguiente: ¿Estamos formando a jóvenes demasiado cómodos, poco habituados al sacrificio y sin experiencia para enfrentar desafíos? Es una pregunta que realmente hay que hacernos los padres de hoy en día.
Un conjunto de factores globales y locales ha transformado en pocos años muchos rasgos fundamentales de la relación entre padres e hijos. La tecnología ha jugado un papel esencial en ese vínculo, pero también la modificación de los hábitos de consumo (con una mayor accesibilidad a determinados bienes que ha exacerbado el consumismo); la "democratización" de los vínculos entre chicos y adultos; la puesta en tela de juicio de los modelos de crianza; el quiebre de la autoridad docente. También han influido cierta flexibilización de las costumbres sociales y el reemplazo de "imposiciones" que nuestros padres nos ponían para educarnos, por reglas que muchas veces son tan flexibles que terminan siendo confusas por nuestros hijos.
También influye el miedo. Hoy hay una generación de padres temerosos, pues el espacio público se ha vuelto extremadamente hostil, los peligros acechan en cualquier esquina y los riesgos adquieren una escala mucho mayor. Eso lleva a generación de padres más protectora de sus hijos. Intentamos resguardarlos, y quizá los metamos en una especie de burbuja. Los llevamos a escuelas privadas que se parecen, al menos algunas de ellas, a "escuelas-burbuja", con poblaciones homogéneas, que quizá nos den mayor tranquilidad, pero que privan a nuestros hijos de la diversidad. Los privan del aprendizaje y del desafío de convivir con realidades distintas de la de ellos.
Criamos así a niños y jóvenes demasiado instalados en sus zonas de confort. También por miedo nos cuesta soltarlos. Los llevamos y los traemos a todos lados; nos atemoriza que tomen el transporte público o que vayan y vengan caminando. Se trata de una generación de chavos que al sacar la licencia de conducir (a los 15 y no a los 18, como antes lo hacíamos) creen que viene incorporada con el derecho a usar el auto. Les cuesta asimilar la diferencia entre tener licencia y tener auto. La licencia se obtiene con práctica y estudio; pero tener y manejar un auto exige demostraciones de responsabilidad, deberes, obligaciones, capacidad de afrontar gastos. ¿Son nociones que tienen claras nuestros chavos hoy en día?
Se trata de una generación que tiene todo y más, a manos llenas, porque tienen padres que quieren darles todo lo que ellos no tuvieron. Pero el fenómeno es más complejo. Somos una generación de padres culposos, a los que nos cuesta poner límites y que no logramos acuerdos ni alianzas entre adultos. La desconfianza y la prepotencia atraviesa, incluso, el vínculo entre padres y docentes; entre padres y entrenadores; entre los propios padres.
Hubo una generación de adultos en la que a ninguno se le hubiera ocurrido, por ejemplo, acompañar a sus hijos adolescentes a comprar alcohol para su viaje de generación. Ahora, si alguno de nosotros se opone a esa iniciativa, terminará seguramente cuestionado. Y entre esos cuestionamientos habrá argumentos y justificaciones como la siguiente: "Es mejor acompañarlos que dejarlos solos; controlar nosotros qué es lo que van a llevar. Si lo van a hacer, mejor que sea con nuestra guía y nuestra contención". Suena razonable, y quizá lo sea. Pero la pregunta vuelve a aparecer: ¿No les estamos sirviendo todo en bandeja de plata? ¿No se lo estamos haciendo demasiado fácil? ¿No los estamos acostumbrando a una excesiva comodidad?
La escuela tampoco incomoda a los chavos. En las últimas décadas, los colegios se han amoldado más a los alumnos que los alumnos a los colegios. Ya no se les exige uniforme, ni pararse cuando entra el profesor, ni tratar de usted a los adultos. Para todo eso también hay buenos y entendibles argumentos. Pero los chavos ya se sienten tan cómodos que hasta les matamos de alguna forma su propia rebeldía. No son rebeldes, porque no tienen contra qué rebelarse. Son menos transgresores, porque cada vez encuentran menos convenciones para transgredir.
En casa también se sienten muy cómodos. Tan cómodos que es normal que sigan viviendo con los padres hasta después de los 30. Las vacaciones familiares se acomodan para que estén con sus amigos. Las universidades están más cerca y así ha disminuido la experiencia del desarraigo del hogar
Con respecto a lo anterior, quiero contarles algo que leí alguna vez: En Holanda es muy popular una práctica conocida como "la dejada". Consiste en llevar a grupos de chavos, por lo general preadolescentes, a un bosque en medio de la noche y dejarlos allí con unos pocos y rudimentarios instrumentos para orientarse. La idea es que enfrenten el reto de volver a la base de un campamento atravesando todas las dificultades y desafíos que implica la experiencia.
Para nosotros, puede sonar casi una locura. Pero los holandeses viven la infancia de manera diferente. A los niños se les enseña a no depender demasiado de los adultos; a los adultos se les enseña a permitir que los niños resuelvan sus propios problemas. Con esta experiencia, los padres buscan que sus hijos empiecen a moldear su carácter, a asumir mayores responsabilidades, a lidiar con sus temores. Uno de los testimonios citados: "Simplemente, dejas caer a tus hijos al mundo, es una forma de enseñarles a valerse por sí mismos". Un chico que tardó seis horas en encontrar el camino de regreso dijo lo siguiente: "eEsta experiencia te enseña a seguir caminando, a continuar".
Steve Jobs cerró así su célebre discurso ante estudiantes de Stanford: "Nunca dejen de tener hambre y de ser alocados". Podría decirse de otro modo: "Nunca dejen de pelear, de arriesgar y de tener rebeldía".
Por eso hoy cierro con la misma pregunta con la que empecé, pero formulada de diferente manera: ¿Estamos formando a una generación de luchadores, o más bien de mediocres? ¿Tendremos que incomodar más a nuestros hijos? Los padres debemos encontrar la respuesta.
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