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La partitura

EL SIGLO DE TORREÓN.-

Arturo Toscanini fue célebre por muchas cosas, entre otras, se lo recuerda por sus ataques de furia. En una ocasión aplastó un reloj de bolsillo con el pie. ¿Motivos? Alguien había llegado tarde a un ensayo. Otra vez, pateó el atril, también destrozó su batuta y se convirtió en un símbolo de identidad.

Su primera gran actuación fue a los 19 años. Era chelista y estaba de gira por Sudamérica con una orquesta. El director fue despedido y el empresario le comunicó que debía asumir la dirección de la ópera Aida, tan sólo unos minutos antes de la representación. Nunca había dirigido. Miró el atril y sólo había una versión para piano de la obra.

Se presagiaba una catástrofe, pero Toscanini tomó la batuta y llevó a cabo algo que no estaba en los planes de nadie, ni siquiera de él mismo: dirigió de memoria.

¡Dirigió la ópera Aida sin experiencia alguna y de memoria!

Vivía con intensidad la música y era venerado en todos los escenarios del mundo. El rigor que se autoimponía era tremendo y lo que era mucho peor, lo trasladaba a sus colaboradores, sin contemplaciones. Como les sucede a muchas personas autoexigentes, imaginan que pueden utilizar los mismos parámetros con los demás, lo que provoca verdaderos estragos entre las expectativas y los resultados.

Tenía 9 años cuando ingresó al conservatorio como interno. No veía a sus padres con frecuencia, en ese lugar solitario y poco contenedor sólo estaba permitido estudiar. En esa "atmósfera de prisión" ejercitó su memoria. Podía recitar un poema, leyéndolo sólo una vez o tocar en el piano cualquier pieza que hubiera sido cantada.

Le repugnaba el culto excesivo a la figura del director. Ya fuera Beethoven o Verdi, sólo buscaba una cosa: fidelidad a la obra. Rechazaba categóricamente las interpretaciones. Sus detractores calificaban su postura como una forma de esclavitud a la obra, él lo veía como fidelidad. Lo llamaban "El dictador de la partitura". Y tenían razón.

En nuestros grupos de trabajo, abundan los intentos de flexibilizar las reglas. Muchos argumentos se esgrimen para justificar las excepciones. Es necesario recordar a Toscanini, aferrándose a la partitura. Ese rigor distingue a las sociedades educadas de las hordas salvajes o los grupos anárquicos que van corriendo los límites un poco más cada día.

¿Qué es nuestra partitura? Es poner en claro lo que cada uno debe ejecutar cuando se lleva a cabo una misión colectiva. En las orquestas y en las empresas, también en los países, es necesario que exista una partitura, para que cada persona sepa cuál es su rol y cómo está entrelazado con los demás.

Los grupos que funcionan con reglas claras que se respetan, suelen obtener mejores resultados. Las partituras permiten trascender el talento individual por algo mucho más fuerte, la coordinación y la armonía del talento colectivo.

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