Giovanni Schiaparelli era astrónomo. Tenía una curiosidad insaciable y era un agudo observador. Con sus cálculos determinó once mil medidas de estrellas binarias, parejas que están muy próximas a través de la mirada del telescopio. Demostró que había una vinculación entre la lluvia de meteoros llamada Leónidas y el cometa Tempel-Tuttle. Formuló la hipótesis-luego verificada- de que las lluvias de meteoros eran residuos de cometas.
Descifró el concepto de la esfera celeste, utilizado por la astronomía antigua, como parte de un algoritmo de un cálculo análogo a la moderna serie de Fourier. Propuso una reconstrucción del sistema planetario ideado por Callipo que aún es una referencia para los científicos. Un cerebro pródigo sin duda.
En 1877 realizó una de las primeras descripciones de la superficie de Marte. Observó la existencia de rasgos y los describió como antiguos mares, continentes y también "canalis". En 1908, el astrónomo norteamericano Percival Lowell revisó esos escritos y afirmó que esos "canales" habían sido construidos por seres inteligentes para llevar el agua que era escasa. Esta afirmación desató una imparable leyenda que aún perdura: Los marcianos.
Esta aseveración que podría levantar polvareda se trató de un involuntario error de traducción.
Schiaparelli había usado la palabra italiana "canali" que se refiere a una estructura natural como los cañones y que fue traducida como "canales".
El proverbio sentencia: Traduttore, traditore. Las traducciones suelen traicionar, sobre todo cuando actúan con literalidad.
En todos los acontecimientos interactúan en el mismo escenario algunos personajes célebres: Las palabras, los significados, las creencias. Cuando el diablo mete la cola, con una interpretación, se suelen construir historias veraces sobre hipótesis falaces. O al revés.
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