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Hoy más que nunca seamos resilientes

LUCY HOP.-

Hoy escribo por esas personas que han conseguido sobreponerse a situaciones en las que cualquiera hubiera pensado: "Si a mí me pasara eso, no sería capaz de continuar". Para aquellas personas que han sobrevivido al dolor extremo de situaciones traumáticas, y que han sacado aquella fuerza que va más allá de todo para seguir viviendo a pesar de todo.

Esa fuerza y esa capacidad de superación es, para mí, el punto más alto del optimismo. Porque el mérito de un optimista está en sonreír cuando las cosas no podrían ir peor. En esforzarse hasta niveles inimaginables, en continuar avanzando cuando sienten que la vida es demasiado para seguir respirando.

Una persona con una admirable resiliencia es aquella a la que se le asoma un esbozo de sonrisa en los labios y la dibuja casi con dolor. Cuando su alma, en su máximo momento de tristeza, obliga a la razón a no quedarse sin motivos para continuar hacia adelante. Cuando el superviviente que existe en él se ve obligado a avanzar y hacerle ver al mundo que se puede seguir con la cabeza en alto aunque por dentro lo único que desee sea dormir y no despertar hasta que toda esa tristeza desaparezca.

Las persnas resilientes a mi forma de ver son los grandes sabios de la vida. Y no, para mí, la sabiduría no tiene nada que ver con la inteligencia. Una persona sabia es aquella que ha sentido mucho, que ha vivido intensas emociones y ha aprendido de ellas. Y aunque no hay peor situación que una traumática, si ha pasado por ella y es aún capaz de ofrecer esperanza y desprender alegría a quien le rodea, esa persona merece todo mi respeto y admiración.

Esa persona que sufrió la mas grande de las perdidas y pudo caerse, levantarse, sanar y seguir viviendo con la esperanza de ser una mejor versión de si misma cada día, esa persona, debería ser el psicólogo de psicólogos. Y es que no hay dolor que no sea capaz de entender, ni emoción que no haya sentido. Para mi ellos no son solo personas resilientes sino que son héroes.

Me gustaría que todos supiéramos que tenemos la capacidad de ser un héroe sin haber pasado por ninguna desgracia. Empezaremos a serlo cuando seamos conscientes de que no necesitamos darle la bienvenida a la resiliencia por una tragedia para valorar la vida con las ventajas con las que se nos presenta. Seremos héroes cuando valoremos lo que tenemos, nunca cuando lo valoremos por miedo a que nos falte. Cuando volvamos a conectar con la esencia de lo verdaderamente importante.

Cuando, con todo el aprendizaje que llevamos a nuestras espaldas, nos demos cuenta de que necesitamos recuperar el espíritu de cuando eramos niños. Volver a sentirnos niños de por vida. Y es que era entonces, cuando menos parecía que sabíamos, cuando en realidad más comprendíamos. Era cuando magnificábamos las cosas y cuando la sonrisa de quien nos estaba mirando era nuestra mayor alegría. Cuando sostenernos de pie era nuestro mayor triunfo, y cuando un cuento con final feliz era la mejor forma de despedir el día.

Era entonces cuando nosotros, pequeños exagerados, le dábamos la importancia que verdaderamente tenían las cosas. Cuando incluso, sin ni siquiera saber formular una frase sin sentido, éramos capaces de otorgarle el sentido real y percibir la importancia de cuanto nos rodeaba. Con muy poco tiempo de vida estábamos, sin embargo, en el momento más sabio de nuestra vida.

Una persona que pasa por una situación dramática y dolorosa, a la que se le rompen todos los esquemas, se le da la oportunidad de empezar de nuevo y de reestructurar todo su bagaje espiritual. Es entonces cuando, si lo consigue, recupera el espíritu de niño, conecta con la vida de otro modo y se aleja de lo prescindible. Se vuelve resiliente.

Y ellos nos enseñan que la vida sigue y que tenemos dos opciones, vivirla con alegría, emoción y entusiasmo, o solo ir sobreviviendo hasta que se nos acaben las fuerzas y nos dejemos llevar por la tristeza. Ellos, los resilientes, escogieron la primera opción.

Por eso, hoy va por esas personas que han puesto sonrisas, en sitios que a los demás nos parecían imposibles.

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