(CORTESÍA)
La infancia es siempre una herida abierta, pero en ocasiones se decide ignorarla, hacer como que se ha desvanecido en la piel de los recuerdos, como si se tratara de borrar palabras, aunque nunca deja de escribirlas. Para la poeta Aurora Hernández, este espacio ha sido un lugar donde ha habitado de nuevo, y cuyas introspecciones se han plasmado en Visitaciones, su reciente poemario publicado por Bitácora de Vuelos Ediciones.
“El origen de este poemario es visitar, ir al espacio donde fui niña, sentirme otra vez pequeña y escarbar en todas esas memorias dolorosas de la infancia”.
La poeta salió de Torreón hace dos años y medio. Vivió sola, experimentando una confrontación consigo misma y una necesidad. La herida de la infancia se le presentaba en lo cotidiano, incluso en la edad adulta. Desconoce a ciencia cierta si la poesía es capaz de sanar, tal vez sí, tal vez no, pero sí otorga liberación y reconocimiento cara a cara con el dolor del niño interior. “Entonces, es como darle un lugar que no tuvo”.
En su caso, considera que sí fue necesario sumergirse en esa soledad para escribir su nuevo libro. En ocasiones, indica, hay que salir de donde se fue lastimado o dañado, para lograr otras perspectivas.
“En general, en la vida vamos buscando culpables y no es así; es algo que en la distancia aprendes al no estar buscando al culpable, que si esto, que si aquello, lo que sea”.
Entonces, ¿la infancia es destino, como lo afirma el famoso libro del psicoanalista mexicano Santiago Ramírez? La poeta cree que sí, pues personalmente ha tenido una vida complicada, tuvo una infancia inestable.
En Visitaciones, habitan poemas breves, de escuetos versos, como si se trataran de niños pequeños. En ellos conviven también la inocencia y el rastro de una sensibilidad maximizada desarrollada por la autora en sus primeros años de vida.
“Desde niña tuve esta sensibilidad que tuve que desarrollar por estar alerta. Entonces, como que desarrollé una hipersensibilidad que me ayudaba a tener ciertas visitas de personajes imaginarios, visitas de ciertas figuras, niñas, etcétera”.
Al conectarse con su niña interior, esas imágenes regresaron a ella. Fue cuestión de plasmarlas, como si acudiera a cada momento de su infancia.
La redacción de este material tuvo una duración de dos años y medio. A contrario de Colémbolos, su anterior poemario redactado con una visión más estoica, Visitaciones tiene más raíces en el corazón y se percibe con mayor vulnerabilidad.
“No creo que haya alguien que se escape, pero ¿cuántos nos atrevemos a ir a ese lugar?: el espacio de la casa, el reposo, la ensoñación, la comida, las reuniones, pero también el otro lado oscuro de los demás, que cuando eres niño es lo que parece avasallarte”.
Actualmente, la poeta habita el espacio de su infancia con aceptación. No sabe si hay cupo para la reconciliación entre la persona adulta que es y la niña que fue.
“No lo sé, no lo he experimentado aún, pero lo acepto sin rencor, sin enojo, dándole una voz. Cuando somos niños, somos sensibles y la violencia nos toca de cierta manera, algunos no hablamos, nos callamos. Entonces, esta voz del libro es como decirle a mi niña: ‘Te toca hablar, vamos, expresa. Ya que nunca pudiste, ahora sí puedes’”.