Richard Nixon tuvo que dimitir en 1974 porque incluso gente de su partido le retiró el apoyo tras conocerse su implicación en Watergate. En 2024, Donald Trump es el favorito para ganar las elecciones del 5 de noviembre con una condena a cuestas. Algo ha pasado en los EUA en los últimos 50 años.
Cuando Nixon renunció a la presidencia, EUA había terminado ya su ciclo de crecimiento económico sostenido de dos décadas. La crisis del petróleo de 1973 había causado estragos en las finanzas públicas y los bolsillos de los ciudadanos. La era del combustible barato había llegado a su fin. El Estado estadounidense acusó una pérdida de poder en el mundo en la década de los 70: los países de la OPEP se rebelaron, la Guerra de Vietnam terminó con la derrota del bando apoyado por EUA; la Revolución Islámica en Irán tumbó al régimen filooccidental del Sha Reza Pahlavi, y la URSS buscaba expandir su influencia en el mundo. El Estado estadounidense debía ser reformado.
Y fue el presidente Ronald Reagan quien, a partir de 1981, asumió la tarea de emprender la reforma bajo la bandera del neoliberalismo. Recortó impuestos a las rentas altas y corporaciones; disminuyó la regulación y el control en industrias; aumentó el gasto militar; redujo el gasto social; subió las tasas de interés para controlar la inflación y practicó una política de apertura comercial que facilitó la migración de inversiones. En materia de política exterior, Reagan afianzó la relación con la China comunista, con la que su antecesor James Carter había restablecido relaciones diplomáticas, con el fin de aislar a la URSS.
En términos geopolíticos, las reformas de Reagan funcionaron: la URSS colapsó. En el plano macroeconómico, EUA tuvo un nuevo ciclo de crecimiento. En lo político, se constituyó un consenso entre las élites empresariales y de los partidos Republicano y Demócrata para mantener la base de la política económica neoliberal sin importar quién ocupara la Casa Blanca.
Pero las reformas tuvieron efectos perjudiciales tales como el aumento del déficit fiscal, el crecimiento de la deuda y el incremento de la pobreza y la desigualdad. Otro efecto de más largo plazo fue la desindustrialización gradual y parcial de EUA. Con las desregulaciones, la apertura comercial y el restablecimiento de relaciones con China, los capitales y las empresas estadounidenses comenzaron a moverse en dos direcciones: hacia el sur y hacia el oriente. Este movimiento ayudó a China a crecer de forma sustancial al recibir grandes cantidades de capital e inversión motivadas por los bajos costos operativos.
El Partido Demócrata, históricamente más cercano a las causas de los trabajadores estadounidenses, al apoyar la política neoliberal del Partido Republicano, abandonó su agenda de mejora de las condiciones de la clase media obrera para centrarse en políticas identitarias de reivindicación de las minorías. Este hecho propició un alejamiento de los sectores proletarios venidos a menos por la desindustrialización y la caída en el gasto social. El resentimiento de dicho sector social se convirtió en el caldo de cultivo del nuevo nacionalismo nativista y xenófobo que el trumpismo canalizó para asaltar desde la extrema derecha al Partido Republicano.
La elección presidencial de 2000 puso en entredicho el sistema electoral de EUA luego de que el demócrata Al Gore ganara el voto popular, pero perdiera ante George W. Bush, quien ganó el voto electoral por un controvertido proceso en Florida, estado gobernado entonces por Jeb Bush, hermano del candidato republicano. El fantasma de la trampa se posó sobre la democracia electoral estadounidense.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 dejaron una profunda huella en la mente del público: la gran potencia mundial que parecía ya no tener rival no podía protegerse con su inmenso aparato de defensa. El titán americano había sido herido en el corazón. Y la reacción del gobierno de Bush fue el autoritarismo y la guerra. Mientras suspendía libertades y derechos en EUA, ordenaba invadir Afganistán e Irak, el primero para derrocar a los talibanes, aliados de Al Qaeda, el segundo sobre la base de una mentira: la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en manos de Saddam Hussein. De ambas guerras EUA salió por la puerta de atrás.
La Gran Recesión de 2008, producto del estallido de la burbuja inmobiliaria, puso en evidencia que algo en el capitalismo financiero ya no funcionaba. La brecha de la desigualdad se amplió en EUA, mientras que China continuaba su ascenso industrial y económico. En 2010, el gigante asiático superó al titán americano en producción industrial; en 2014, en PIB a paridad de poder adquisitivo. EUA estaba mutando de primera a segunda potencia industrial y económica.
También pasaron la guerra en Siria, en donde Washington no pudo cumplir su objetivo de derrocar a Bashar Al Assad porque la Rusia de Putin se opuso; la anexión de Crimea por parte de Moscú en 2014, señal de que EUA ya no podía mantener el orden liberal en el mundo; y los escándalos por los actos de tortura sistemática en las prisiones de Abu Ghraib y Guantánamo, y por el espionaje masivo a ciudadanos y líderes políticos dentro y fuera de territorio estadounidense.
Cuando Trump inició su primera campaña electoral en 2016, su país acumulaba desprestigio, desigualdad, polarización, desconfianza y pérdida de poder hegemónico. Y su elección como presidente, en la que ganó el voto electoral pero no el popular, recordó la polémica elección de Bush Jr de 2000. Trump no era la causa de la enfermedad, era un síntoma. Pero como ocurre con los síntomas que agravan ciertas enfermedades, el magnate republicano, desde la presidencia, golpeó a las instituciones estadounidenses amparado en el descontento de un sector del electorado con el sistema político. La pandemia agudizó la desconfianza institucional, en buena parte por los disparates proferidos por Trump, quien cerró su primer mandato presidencial sembrando la discordia y azuzando a su base electoral para que tomaran el Capitolio el 6 de enero de 2021.
El actual presidente, Joseph Biden, no sólo no ha frenado las medidas impulsadas por Trump, sino que las ha profundizado. Tales son las acciones proteccionistas, la guerra comercial con China y la recuperación de la política industrial. En el ámbito político interno, la polarización se ha incrementado con dos tendencias enfrentadas: una progresista, pluralista e identitaria; la otra, conservadora, nativista y xenófoba. Ante este escenario, la democracia estadounidense parece rebasada. De otra manera no se entiende que el convicto de un delito común, con procesos abiertos por delitos federales, entre ellos, el de defraudar a EUA, sea favorito para volver a ocupar la presidencia de ese país.
Hace medio siglo, a Nixon sus errores lo hicieron renunciar. Hoy, con cada error, Trump se fortalece. Es otro EUA.
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