Franz Beckenbauer no cayó en la vulgaridad de bajar la vista; recorrió las canchas con la cabeza erguida y la pelota imantada a los pies. En un futbol de fuerza física, ejerció la rebeldía de la elegancia. Su visión del campo lo convirtió en el mejor líbero de la historia. Con el número 5 en la espalda, actuó como un estratega rezagado, un defensa con plan de ataque.
No fue fácil entender que un alemán jugara de ese modo. Hijo de un empleado de correos, Franz atesoraba la importancia de los mensajes y los pases. El filósofo Martin Heidegger, experto en el valor existencial del tiempo, le elogió dos virtudes: jugaba sin balón y pasaba al hueco. En 1960 Beckenbauer pensaba como el Manchester City de 2023. Uno de sus mayores cómplices, el goleador Gerd Müller, descifraría sus códigos: "Si el pase era fuerte, me pedía ir adelante; si era suave, pedía que me retrasara".
Beckenbauer nació en Múnich en 1945, cuatro meses después del término de la Segunda Guerra Mundial, entre 21 mil edificios en ruinas. Su madre tuvo que caminar cinco kilómetros para dar a luz y él creció en un departamento donde ocho personas vivían sin baño ni agua corriente.
De niño, coleccionaba estampas de países lejanos que venían en las barras de mandarina y entrenaba pateando una pelota contra un muro. A los 8 años, entró al SC 1906. Su entrenador, Franz Neudecker, conocido como El Tripié, había perdido una pierna en la guerra pero corría velozmente en muletas.
Beckenbauer quería enrolarse con el principal club bávaro, el TSV 1860. A los 12 años jugó contra ese equipo y mostró su habilidad para el dribling, pero lo que en Brasil era una virtud, en Alemania parecía una ofensa. Un rival se sintió humillado y abofeteó al virtuoso. Beckenbauer decidió enrolarse con un equipo de segunda división al que nadie concedía futuro: FC Bayern.
A los 18 años debutó en el futbol profesional y a los 21 fue subcampeón del mundo en Wembley. En un viaje a Austria, un fotógrafo lo retrató junto a un busto del emperador Francisco José. La imagen condensó los anhelos de una época y originó el apodo de El Kaiser.
Los triunfos de Beckenbauer parecen un abuso de la estadística: como jugador, ganó cinco Bundesligas (cuatro con el Bayern, una con el Hamburgo), tres copas de clubes de Europa y una de selecciones, un subcampeonato y un campeonato del mundo. Los neófitos en futbol lo conocieron por sus anuncios de consomé, coches y ositos de goma, y por el disco en el que cantó sin gran aliento pero que en Alemania superó en ventas a los Beatles.
Con el Cosmos de Nueva York, ganó tres títulos, uno de ellos al lado de Pelé. Frecuentó la discoteca Studio 54, se codeó con Henry Kissinger y adquirió icónica celebridad al ser pintado por Andy Warhol. Se retiró en el pináculo de su carrera.
Cuando decidió ser entrenador, no se molestó en tomar un curso: Goethe no estudia Letras. Desde el banquillo, Beckenbauer llevó al Bayern a conquistar la Bundesliga y con la selección obtuvo el segundo lugar en México 86 y el primero en Italia 90.
De 1994 a 2009, el ilimitado estratega fue presidente del Bayern y en 2006 lideró la organización del Mundial de Alemania. Este triunfo diplomático se vio empañado en 2015, cuando la revista Der Spiegel reveló la red de sobornos entregados a directivos de la FIFA. Al igual que Rusia y Qatar, Alemania obtuvo la sede con el método favorito de Joseph Blatter: la corrupción. Ese mismo año, Stephan, hijo de Beckenbauer, murió de un tumor cerebral, a los 46 años.
El hombre que conquistó todo como futbolista, entrenador y directivo se retiró a su casa de Salzburgo y rehuyó las entrevistas.
En 1970, en el Estadio Azteca, disputó el "partido del siglo" contra Italia. El tiempo reglamentario terminó 1-1. La taquicardia llegó con el tiempo añadido: 4-3 a favor de Italia. El Kaiser se dislocó un hombro en un choque con Facchetti, pero siguió jugando con el brazo vendado. El escenario que consagraría a Pelé y a Maradona fue testigo de su entereza en la desgracia. Cuatro años después, el herido alzaría la copa como capitán de Alemania.
El inigualable número 5 confirmó la condición mental del futbol. Cuando el estadio se concentraba en la pelota, él anticipaba el destino de la jugada, con predilección por el ángulo de la portería.
El 7 de enero de 2024, a los 78 años, el hombre que no bajaba la vista cerró los ojos.