ÁTICO
Un México autoritario difícilmente podrá participar como igual en la integración comercial norteamericana.
endrá la reforma al Poder Judicial consecuencias serias en las relaciones con Estados Unidos? Los optimistas creen que no: somos el primer socio comercial de Estados Unidos y nos requieren para sustituir las manufacturas provenientes de China.
Esta visión optimista la comparten muchos morenistas. Irónicamente, asumen una racionalidad económica en los actores políticos estadounidenses ausente en el proyecto de AMLO. Su reforma judicial entorpecerá la inversión y no mejorará en nada la impartición de justicia. Su razonamiento es ideológico y de control político.
Estos optimistas no parecen entender que en Estados Unidos los temas de la agenda los impone la sociedad; a diferencia de México, donde los temas los inventa AMLO. Allá es distinto. Trump propone imponer aranceles porque en muchos sectores hay creciente oposición al libre comercio; Harris estará presionada para hacerlo.
La integración comercial en el marco del T-MEC presupone compartir y respetar ciertos valores básicos. Siempre hay diferencias sobre cómo hacer las cosas, pero se parte del principio de que hay ciertos acuerdos en lo fundamental: democracia con separación de poderes; un conjunto de reglas claras para resolver diferencias a partir de instituciones con autonomía del poder político...
Un México autoritario difícilmente podrá participar como igual en la integración comercial norteamericana. Se podrá argumentar que el México de Salinas también lo era, pero existía una tendencia hacia una mayor apertura política, con la creación del IFE, por ejemplo.
Para Estados Unidos el TLCAN era una oportunidad para que México se desarrollara y esto a su vez lo impulsara a convertirse en un país más democrático. El desarrollo no llegó como se esperaba, en parte porque no hicimos las reformas que nos habrían permitido sacarle todo el provecho. Pero por lo menos entramos al conjunto de países democráticos.
Las reformas estructurales pendientes se hicieron tarde, hasta el gobierno de Peña Nieto. AMLO las revirtió en cuanto llegó.
Ahora estamos en una regresión autoritaria. Si en Estados Unidos domina la idea de que México ya no es un socio que comparta los valores de un país democrático, la presión de quienes no quieren la integración comercial se incrementará.
Desde fuera del país ven con incredulidad que no estemos haciendo todo lo necesario para aprovechar el nearshoring. En lugar de tener electricidad disponible para nuevas inversiones manufactureras, el gobierno obstaculiza a las empresas privadas que la podrían generar. Mientras Texas ofrece una estrategia para atraer inversionistas, el gobierno de México va a crear un nuevo Poder Judicial que dinamitará de un plumazo las reglas del juego existentes. Si nuestros vecinos del norte concluyen que al gobierno de México no le interesa el desarrollo económico, ¿por qué tendría Estados Unidos que ocuparse de ello?
Los optimistas creen, sin embargo, que como una crisis económica llevaría a más mexicanos a tratar de cruzar la frontera, el gobierno estadounidense optará por ayudarnos. Olvidan que Estados Unidos suele confiar en que puede hacer valer el Estado de derecho con mano dura. Así lo han hecho desde la llamada guerra contra las drogas, iniciada por Nixon en 1971. No funciona como creen, pero es su punto de partida. Si hay presión migratoria creciente por mexicanos desempleados, no pensarán en cómo propiciar nuestro desarrollo, sino en cómo sellar la frontera, sobre todo si gana Trump.
En su editorial del miércoles, tras la aprobación de la reforma al Poder Judicial, el Financial Times concluye que Sheinbaum "aún tiene tiempo para reconsiderar el alejamiento de su partido de los valores e instituciones norteamericanos. Debería hacerlo antes de que los inversionistas comiencen a revaluar a México como una economía centroamericana". Tiempo hay poco; voluntad parece que aún menos. Espero equivocarme.
