Los terremotos son tragedias humanas y sorpresas geológicas. Producen enorme sufrimiento humano y masivas pérdidas materiales. También revelan información inédita sobre los lugares más profundos del planeta. Para los científicos, un sismo abre nuevas ventanas desde las cuales pueden escudriñar lo que sucede en el centro de la tierra.
El 7 de octubre del año pasado ocurrió un salvaje terremoto humano en Israel que, además de ocasionar inmenso dolor, reveló mucha información sobre lo que muchos piensan, pero pocos dicen. Ahora sabemos, por ejemplo, que el antisemitismo es más común e internacional de lo que parecía. Siempre ha existido, pero después de la Segunda Guerra Mundial y del vasto reconocimiento internacional de lo que significó el Holocausto, las expresiones y conductas antisemitas solían ser repudiadas o, como ahora sabemos, eran ocultadas o disfrazadas. Ya no.
Poco después de la masacre del 7 de octubre, las calles de muchas ciudades del mundo se llenaron de gente protestando contra Israel y, sorprendentemente, apoyando a los asesinos de Hamas.
Así, el gobierno de Israel, en vez de contar con el apoyo de la opinión pública mundial, también se ve enfrentado a un masivo repudio por parte de países, organizaciones y grupos que lo aborrecen. En gran medida esta repulsión ya existía, pero el terremoto la hizo claramente visible. El sismo también visibilizó las fallas militares y de inteligencia de Israel.
Tanto los militares como los espías israelíes eran comúnmente mencionados por aliados y rivales como los mejores del mundo. Ya no. No anticiparon lo que ocurrió el 7 de octubre, tardaron mucho en montar una contraofensiva para rescatar y proteger a sus ciudadanos y recobrar el control del territorio invadido por Hamas o rescatar los rehenes secuestrados por los terroristas. El bombardeo de Gaza, con sus inmensas pérdidas humanas y materiales obviamente contribuye al deterioro de la reputación internacional de los militares y del gobierno de Israel.
Mucho más grave ha sido el catastrófico desempeño de Benjamin Netanyahu. El primer ministro israelí había construido toda una imagen política como el paladín de la seguridad de Israel: el más halcón de los halcones. El terremoto del 7 de octubre dejó al descubierto lo vacío de ese posicionamiento. En realidad, mientras Hamas se dedicaba a robarse cada dólar o euro que le llegaba de las Naciones Unidas, la Unión Europea o de Qatar y desviarlos para armarse y entrenar a sus terroristas, Netanyahu estaba pendiente de otra cosa: la consolidación de su poder y el debilitamiento de los contrapesos institucionales que pudiesen socavarlo. Mientras Hamas construía una impresionante red de centenares de kilómetros bajo Gaza para albergar o movilizar a sus militantes, y almacenar sus pertrechos, Netanyahu le dedicaba sus energías a expandir los asentamientos en Cisjordania.
Netanyahu se hizo de la vista gorda ante las advertencias de sus servicios de seguridad. Estos le alertaron que Hamas estaba activamente entrenando a sus efectivos en ejercicios que no eran rutinarios. La indiferencia de Netanyahu ante este llamado fue nutrida por su deseo de mantener a Gaza y Cisjordania separadas. Su responsabilidad política por el ataque del 7 de octubre no está en duda.
El viejo antisemitismo solapado se encuentra, entonces, potenciado por el terrorismo de Hamas y por los errores de un gobierno israelí que ha ido perdiendo su carácter democrático. Y esta, en el fondo, es la más profunda de las verdades reveladas por el terremoto del 7 de octubre: que al ponerse bajo el mando de un gobierno que socava las instituciones, Israel pone en riesgo no sólo su democracia sino también su seguridad.
X: @moisesnaim