YO NO AMO AL MAR.
Le temo.
Hombre de tierra adentro soy, y todo lo marino me es ajeno. Sé bien que del mar vengo, igual que todas las criaturas. El mar fue el laboratorio de Dios. Pero cuando me acerco a esa inmensa cuna siento el temor de un niño que se viera frente a un ataúd.
Lo mío es la montaña. En sus alturas está mi vocación. No me asustan sus repentinas cóleras, sus rayos, sus truenos y relámpagos. He subido a sus cumbres y ahí he tocado el cielo; he ido por el Camino de Santiago y han sido mías las constelaciones. No desconozco las historias del mar, ni sus leyendas. Por sus profundidades va mi Moby Dick; más de dos años he pasado al pie del mástil leyendo los libros marineros. Pero la inmensidad del piélago es demasiado grande para mí, hombre pequeño, y los muertos que el océano guarda se alzan frente a mí como fantasmas.
El mar es bello; aterradoramente bello. Cuando estoy junto a él me llama con sus olas. Temo oír su llamado. Iré hacia la montaña y me esconderé peñas arriba para escapar de ese hermoso, eterno monstruo.
¡Hasta mañana!...