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La comadrona de la aldea fue llamada para atender a una mujer que estaba dando a luz. Al llegar a la casa de la parturienta se sorprendió al verla gimiendo lastimeramente por los dolores, pero tendida sobre el duro suelo, y no en la cama. Le pidió que subiera al lecho. Respondió la mujer:

-¡Ah no! ¡Tú quieres que regrese al mismo lugar donde mis males comenzaron!

Éste era un hombre casado con una mujer mucho mayor que él. Tenía ese hombre una querida mucho menor que él. La esposa le arrancaba a su marido los cabellos negros para que no se viera tan joven. La querida le arrancaba a su amante los cabellos blancos para que no se viera tan viejo. Entre las dos lo dejaron pelón.

Los cuentecillos que acabo de narrar son de la Grecia antigua. Pertenecen, al parecer, a la época homérica. Según los investigadores del humor, son los dos chistes pícaros más viejos que se conocen.

No sé si tal aseveración sea verdad, pero sí sé que desde siempre los hombres han buscado motivos para reír. Los motivos para llorar los buscan a ellos.

¡Hasta mañana!...

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