El caballero sevillano suele ir todos los días a la misa de alba en el templo de la Soledad.
No lo hace por devoción, no. Don Juan nunca ha sido iglesiero, ni ha caído en la tentación de ser devoto en la vejez después de haber sido pagano en la juventud. Asiste a esa misa porque a oírla acuden muchas damas principales, entre ellas algunas de las que en otro tiempo le brindaron el calor de sus caricias. Evocar aquellas noches en sus brazos es la mejor devoción para Don Juan.
Esta mañana vio a una dama. La señora ha conservado su belleza, y también su altivez. Pasa junto a él sin mirarlo y sale. En la penumbra del templo Don Juan dice para sí:
-Es ella.
En la claridad del día la mujer musita:
-Era él.
