Con gran regocijo y con la venia del Señor, doy una vuelta más a mi viejo calendario. Qué temprano se me hizo tarde, la vida pasó tan de prisa que mi alma no alcanzó a envejecer al mismo tiempo que mi tronco atardecer, pero no es la edad que tengo, sino lo que mi corazón siente y mi mente mande, está mi edad más que agradecida disfrutando un año más de vida. A mis viejos años llegó la paz a mi conciencia, y me siento dispensado de pecados, pues ya no recuerdo como son, siendo mis únicos vicios, mis nietos y mi profesión. Que importa los años que tengo, lo que vale es como me siento, tengo los años que necesito para decir a la vida. ¡Vida estamos en paz!
A nuestra edad llega el milagro más grande de la vida, la dicha inmensa de ser abuelos, ahora comprendo por qué hasta las últimas hojas llegan los nietos, nos regresan la juventud olvidada, reviviendo la historia de amor de nuestro viejo matrimonio, siendo los hijos el testimonio de nuestra unión, y los nietos la confirmación de aquél sagrado sacramento. El viejo hogar vuelve a florecer en el otoño de nuestras vidas, los nietos nos dan los besos que ya nadie nos da, son la alegría de las mañanas, la calma a las angustias, la salud a las enfermedades y la razón de no morir todavía. Siempre serán nuestros pedacitos del alma.
Durante el transcurso de cuarenta y seis años gozando de mi trabajo, una de las experiencias más gratas ha sido devolver la salud a las criaturas de patas y colas. Sin darme cuenta envejecía cuando tenía que informar que mi paciente fallecía, o no encontraba explicación a la enfermedad desconocida. A nuestra edad aprendemos a no huir de la tormenta, tenemos que subsistir bajo ella, jamás darnos por vencidos, y sacar beneficio de las adversidades que siempre existirán, actuando con ética y perseverancia.
En el atardecer de nuestros días, no existe mayor privilegio que gozar de una vejez feliz. No realicé fortunas materiales, pero, contar con la preferencia y el respeto durante décadas de clientes agradecidos, conservar la devoción de los amigos, disfrutar de una familia unida, y haber cumplido el sueño de escribir mi libro, "El Escribidor de Perros". Es la mayor fortuna que un servidor puede poseer.
Escuchar la risa de los nietos y la de mis pacientes, es la mejor medicina para rejuvenecer el alma, aunque al vernos en el espejo notemos una arruga más en el rostro, será el mejor indicio para demostrar que aún estamos vivos, y continuar desempeñándonos como jóvenes inquietos por dentro, y maduros e interesantes por fuera.
Bienvenidos sean mis sesenta y ocho calendarios, los recibo con bombo y platillos, pues la vida me ha otorgado lo que he deseado, así que el tiempo que me permita el Creador seguir disfrutando, estaré más que agradecido… ¡Viviendo ya el futuro!