En esta ocasión no escribiré sobre estadísticas o datos de investigación, pues ya mucho se sabe sobre el grado de violencia que viven las mujeres de todas las edades, no solo en nuestro país sino a nivel mundial. Hoy escribiré a modo de un breve relato, la violencia que viven las mujeres por parte de sus parejas masculinas.
Entonces… Se da el primer encuentro y todo "parece" mágico e increíble, él es una persona encantadora y casi perfecta ("parece" entre comillas ya que desde el inicio hay señales de agresión que muchas veces se dejan pasar por alto). Comienza una relación de noviazgo y el vínculo afectivo se establece dando paso al enamoramiento, nublando la visión objetiva de la mujer quien poco a poco y de una manera muy sutil comienza a ser violentada. Violencia que puede manifestarse de manera física, emocional, psicológica, económica o verbal.
Con el paso del tiempo las agresiones crecen en cuanto a frecuencia e intensidad, pero para ese entonces la mujer ya está inmersa en la relación, siendo muy difícil para ella el poder reconocer la realidad de la situación que está viviendo, debido a que las agresiones están rodeadas de halagos, muestras de cariño o palabras dulces. Hay astucia por parte de su pareja, hay manipulación, lo cual confunde la mente de ella. Comienza entonces un círculo vicioso en donde tras una agresión viene el arrepentimiento, regalos, promesas de cambio y de una vida mejor.
Para quienes estamos fuera del círculo es fácil detectar la agresión, pero desafortunadamente para quienes están dentro se vuelve algo muy difícil de reconocer (difícil más no imposible) y además las que logran darse cuenta de la realidad, en el camino se topan con la dolorosa dependencia emocional.
De igual manera es fácil emitir un juicio de tipo "si yo estuviera en su lugar …" Para ellas la realidad no es así de simple, pues el origen de la violencia que viven no es la pareja en sí, sino toda una historia previa generada al interior de su familia de origen, cargada de lealtades y creencias limitantes en torno a sí mismas, historias que se fueron desarrollando poco a poco desde su infancia y posiblemente han ido pasado de manera inconsciente de generación en generación.
Afortunadamente el circulo de la violencia si puede romperse, con demasiado trabajo personal, con consciencia, pero sobre todo con mucho tiempo (de verdad mucho tiempo, años quizá) y con el apoyo no solamente de un profesional, sino de toda una red llamada sociedad. Es un trabajo interno y externo muy complejo, a mi parecer de los más desgastantes emocionalmente hablando.
Para finalizar, quisiera decir que esta columna la escribo pensando en las mujeres que llegaron a mi consultorio, algunas de ellas, aun con marcas en su piel y de quienes hoy puedo decir que sí lograron salir del círculo. No es necesario decir sus nombres, ellas "ya saben quiénes son". Para ustedes todo mi reconocimiento por su valentía, por su coraje, por su fuerza para romper patrones destructivos y por su deseo de construir un entorno mucho más sano para sí mismas y sus futuras generaciones. Las abrazo con inmenso amor.
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