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A la ciudadanía

Derechos humanos y ambientales

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Mucho se habla sobre la violencia entre los pueblos o entre las personas. Históricamente, quizás debemos remontarnos a la competencia por sobrevivir entre las diferentes especies del género homo, los ancestros de lo humanos, donde la que se identifica como triunfadora es aquella a la que pertenecemos los ocho mil millones de personas que habitamos el planeta, los sapiens, los humanos inteligentes o pensantes.

Sin embargo, esta cualidad no ha bastado para que una vez desplazadas las otras especies de humanos, la destrucción entre los sapiens continúa, las tragedias históricas de aniquilación siguen vigentes, solo hay que voltear a Gaza para ver como se comete el genocidio con palestinos, la mayoría civiles inocentes, niños y mujeres. Si revisamos las estadísticas actuales o cualquier día ojeamos algún medio de comunicación, será inevitable ver los casos de violencia, del crimen organizado, en el seno de las familias, por solo mencionar ejemplos. Esto parece indicar que el humano sigue deshumanizado.

Algo similar ocurre con la naturaleza, donde las tragedias también se repiten. En la geopolítica mundial es intrascendente probar una bomba nuclear en los océanos, no se toma en cuenta cuántos organismos mueran o queden dañados por la radioactividad, lo que importa es si la prueba es exitosa para el gobierno que la realiza, es una prueba de su fortaleza ante sus enemigos, reales o inventados. Bueno, es el nivel extremo de idiotez humana.

Tampoco preocupa estar perdiendo los corales en los mares, finalmente desconocemos su importancia para la vida. No parece ser preocupante para quienes habitamos ciudades que se continúe destruyendo ecosistemas naturales donde quedan las reservas de vida silvestre que no hemos destruido o domesticado para satisfacer nuestra demanda alimenticia, finalmente los espacios rurales solo los vemos con fines recreativos, las únicas cadenas tróficas que nos interesan son aquellas de las cuales nos alimentamos, a veces sin saber los daños que provocan en la salud los componentes sintéticos de lo que consumimos.

Si no nos preocupa los perros, gatos y demás animales de calle que en algún momento domesticamos para convivir con ellos como mascotas, y que desechamos cuando ya no los queremos, o los vemos deambular por la calle consumiendo residuos de comida que también desechamos, menos nos va a interesar la importancia de conservar la fauna y flora silvestre que solo conocemos en la televisión, o ahora en las redes sociales. ¿A quien le interesa si hay cazadores furtivos en Jimulco, Mapimí o cual otra área natural protegida que sacrifican venados por disfrute deportivo o egocéntrico?

Esto es violencia contra la naturaleza. No solo se refiere a organismos vivos de otras especies que deberían convivir con la nuestra, también lo es cuando se contamina el aire atmosférico que respiramos todos los días en los espacios urbanos, o saquear el agua del subsuelo sobreexplotando los acuíferos para disponer mayores volúmenes de los que se nos permite y obtener unos cuantos pesos demás en nuestros ingresos, bueno, en La Laguna han sido muchos pesos.

La violencia entre los humanos es el mejor ejemplo de su deshumanización, y la violencia contra la naturaleza lo es de su desnaturalización. Si esto ocurre, tal parece que no hemos evolucionado como especie, seguimos compitiendo entre nosotros y contra la propia naturaleza, aún no damos ese salto evolutivo que indique haberlo hecho. En otras palabras, los valores sociales y ambientales que rigen nuestras conductas como sociedades son insuficientes para demostrar que obtuvimos ese logro evolutivo.

Hoy en día se está construyendo una narrativa que busca cambiar esos valores que aun arrastramos de épocas anteriores, paleolíticas o primitivas, dirían algunos. Este discurso no es nuevo, pero debemos retomarlo y promoverlo para, dicen otros, convivir de manera más amigable entre nosotros y con nuestro ambiente, son valores que se convierten en derechos (y obligaciones): derecho humano al agua, a un ambiente sano, a la salud, a la información y otros. Incluso, estos derechos se deben reconocer a los ríos, las montañas o a las demás especies con las que convivimos.

Considerarlos así puede cambiar nuestra forma de ver las cosas: si son derechos humanos deben cumplirse, por parte de quienes gobiernan porque una de sus responsabilidades como gobernantes es hacerlos cumplir. También es una responsabilidad de los ciudadanos, exigir ese complimiento, sin evadir las obligaciones implícitas en ellos, es una forma de ejercer nuestra ciudadanía, desde señalar como genocida a Netanyau y protestar por el genocidio de los palestinos inocentes, que por cierto tiene tal cinismo que pide se le indulten sus actos de corrupción, hasta exigir reconocimiento a los derechos de los pueblos originarios, de proteger y conservar nuestros ecosistemas y biodiversidad, de poner atención en los animales de la calle, de no contaminar el aire o expoliar el agua del subsuelo. Todavía nos falta mucho, pero hay que caminar por ese rumbo.

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