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Día de Muertos

Donde la muerte tiene música: Lerdo honra a sus muertos entre música y flores

Miles de familias acudieron al Panteón Municipal de Lerdo para celebrar el Día de Muertos en un ambiente de color, música y tradición

Donde la muerte tiene música: Lerdo honra a sus muertos entre música y flores

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EL SIGLO DE TORREÓN

El aire del Panteón Municipal de Lerdo olía a flores, a cera, a tierra húmeda. Desde temprano, un mar de gente avanzaba por el camino que conducía al camposanto. Antes de llegar a la entrada, los puestos ambulantes se abrían paso entre la multitud, ofreciendo coronas de cempasúchil, veladoras, pan de muerto y antojitos que perfumaban el aire con el dulzor del azúcar y el humo de las parrillas.

Familias enteras, abuelos, hijos, nietos, caminaban con flores al hombro, como si portaran memorias vivas. Las tumbas, que en otros días se ven blancas y silenciosas, hoy se cubrían de color, de música y de voces.

Era el 2 de noviembre, Día de Muertos, y el panteón parecía haber despertado.

Los pasillos estaban llenos. Algunos limpiaban las lápidas con cepillos y agua, otros acomodaban las fotografías y los retratos de sus difuntos. Había quienes comían junto a la tumba, quienes brindaban con cerveza o con mezcal, y quienes lloraban en silencio, con las manos entrelazadas. Las notas de los mariachis se mezclaban con el murmullo de las conversaciones y el repique de los instrumentos. En un rincón, una banda norteña afinaba los metales; más allá, una bocina improvisada soltaba un corrido.

El panteón municipal era una fiesta. Mictlantecuhtli debía andar satisfecho, porque entre las tumbas paseaban perros, tranquilos, guardianes del inframundo que parecían cuidar las almas que volvían por un día.

A las doce del mediodía, autoridades municipales estimaban alrededor de cinco mil visitantes, y hasta ese momento no se habían reportado incidencias. Las direcciones de Servicios Públicos, Seguridad Pública, Protección Civil, Bomberos, Tránsito, Plazas y Mercados, Salud Municipal y Prevención Social mantenían presencia constante para resguardar el orden.

En medio del bullicio, los mariachis se volvían el corazón sonoro de la jornada. Entre ellos, el Mariachi Dueños de México, con trajes impecables y guitarras al hombro, recorría los pasillos ofreciendo canciones a las familias.

Su líder, Juan Galván, relató con orgullo el sentido de su oficio.

“Dueños de México fue creado en 2018, dice mientras acomoda el sombrero. Llevamos cuatro años viniendo a los panteones. Antes trabajábamos en Gómez Palacio, pero este es nuestro primer año aquí en Lerdo. Nos ha ido muy bien; la vibra que se siente es especial. Aquí se mezclan la tristeza y la alegría. Ves cómo una canción puede arrancar lágrimas, pero también sonrisas.”

Mientras el mariachi interpreta Puño de Tierra, una familia se reúne alrededor de una tumba recién pintada. La señora Erika de la Cruz se seca los ojos y sonríe.

“Vengo a visitar a mi mamá —dice—. A ella le gustaba mucho la fiesta, la música, el ambiente. Era muy trabajadora, siempre luchó por sus hijos. Duré 18 años sin verla, y cuando falleció no pude estar con ella. Hoy, por primera vez después de tanto tiempo, siento que me reencuentro con ella.”

Erika vino acompañada de sus hermanos. Juntos llevaron un pequeño altar, flores, veladoras y una botella de mezcal, “porque era lo que le gustaba a mi mamá”, dice entre risas y lágrimas.

“Le gustaba el mezcalito, y también el chisme”, añade su hermano, recordando con cariño su carácter vivaracho.

El mariachi continúa tocando y el sonido de las trompetas se eleva por encima de las cruces. Las notas parecen recorrer las calles del panteón como un eco que va de tumba en tumba, despertando memorias. En cada esquina alguien canta, brinda o simplemente guarda silencio.

El día avanza y el sol de noviembre tiñe de oro los pétalos del cempasúchil. Los perros siguen caminando entre las lápidas, olfateando los altares, como si buscaran a las almas que los visitan. El viento mueve las velas, los aromas se mezclan y las voces se entrelazan en un solo canto: el de la vida que se aferra a recordar.

En Lerdo, el Día de Muertos no es un lamento, sino un reencuentro.

El panteón se llena de risas, de música y de amor. Los vivos llegan para hablar con sus muertos, y los muertos, desde algún rincón del Mictlán, parecen responder al compás de un mariachi que no deja de tocar.

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