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Aunque muchas parejas no lo aceptan, viven bajo un régimen de manipulación sexual. Utilizan el poder de la complacencia y todo lo referente al erotismo para obtener algún tipo de ganancia en la relación. Se trata de una conducta que no es privativa de un género en particular.
Usar el sexo para “mantener tranquilas las aguas”, conseguir algún regalo o sencillamente sentir que el otro come de su mano poco tiene que ver con el amor. Es algo que se da con exagerada frecuencia entre parejas que disputan el poder. En esa agria situación imponen a la contraparte la dulzura del orgasmo o lo doloroso de la negativa; es decir: premio o castigo.
La infelicidad corona este tipo de vínculos, ya que se irán desgastando con el paso del tiempo, pudiendo llegar a la ruptura. No obstante, si ambos asumen el valor de su relación, es posible salvarla mediante ayuda profesional.
INSTRUMENTOS DE PODER APRENDIDOS
La mayoría de las acciones de manipulación obedecen a patrones aprendidos en el seno familiar o a través de la observación de figuras de autoridad en los lejanos días de la infancia y la temprana juventud. Por ejemplo, muchos niños crecen en familias donde se acostumbra una dinámica de “ganarse” las cosas, así sean elementos indispensables en la crianza, como el cariño o los recursos materiales mínimos para cubrir las necesidades del menor. En estos hogares se deben hacer méritos o, de lo contrario, no se recibirán atenciones, demostraciones de afecto ni obsequios, lo que puede impactar la autoestima del menor hasta bien entrada la adultez.
Quienes construyeron su imagen personal a partir de ese sistema tienden a aplicarlo a su vida amorosa, donde descubren que el sexo es una moneda de cambio extraordinaria: es capaz de derrotar a la más sólida de las voluntades cuando ofrece sonrisas en la alcoba. Incluso se llega a creer que no hay recurso más poderoso.
TENDIENDO LAS REDES
Una vez que se ha interiorizado la idea de que el sexo es una buena manera de controlar al otro, comienzan a aplicarse varias estrategias para lograrlo. Una muy común es la llamada “ley del hielo”: si la pareja no accede a sostener una relación íntima, se recurre a una supresión emocional, conduciéndose indiferente o distante. Quien recibe el trato frío y no cuenta con la suficiente fortaleza emocional, se sentirá vulnerable y buscará arreglar la situación. En el futuro, lo pensará mejor antes de negarse a hacer lo que se le pide.

Es importante aclarar que el hecho de que alguien quiera tener sexo en determinado momento no significa que el otro deba aceptar por cumplir; implica tomar en cuenta los sentimientos y deseos de ambos. Un encuentro sexual consensuado propiciará el mutuo disfrute. Por el contrario, cuando la decisión no está fincada en la búsqueda del placer de los dos, sino de sólo uno de ellos, puede considerarse como una relación forzada, aunque la persona manipulada no haya sido sometida con fuerza física.
Hay quienes recurren a chantajes parecidos a lo siguiente: “No tomas en cuenta mis necesidades, requiero sexo contigo, me siento herido”, “Aceptarías si me quisieras” o “Somos marido y mujer”, creando culpabilidad en el otro para que termine cediendo sin importar sus deseos.
Algunas parejas pretenden arreglar —mejor dicho, zanjar— sus discusiones con sexo, condición que usualmente incomoda a una de las partes, ya que las causas del conflicto no se aclaran ni mucho menos se llegan a acuerdos al respecto. Quien manipula busca borrar el disgusto a cambio de producir placer, sin embargo, no reconoce las necesidades de ambos para disfrutar de un encuentro erótico amoroso.
En todos estos casos, la intimidad emocional es progresivamente desplazada por el contacto carnal. Deja de haber conversaciones cálidas, momentos de cercanía o complicidad. Ahora la pareja cae en todo o nada. La víctima, entonces, empieza a sentirse cada vez más aplastada, echa a un lado.
EVALUAR LOS DAÑOS
Dado que la vida sexual ya no es placentera, divertida o espontánea, evidentemente se verá dañada la capacidad de goce de quien es presionado para mantener relaciones. Pero la contraparte, paradójicamente, tampoco disfrutará de una sexualidad plena, ya que sabe que el aparente placer obtenido proviene de estrategias de control y no de un deseo real .
Aquí es donde aparece una sombra en la vida de la pareja. Uno manipula porque cree que sólo de esta forma puede acceder a favores sexuales y el otro se percibe como un objeto, ya que sus necesidades de compañía y la vida en común se supeditan a la aceptación sin restricciones de los deseos ajenos.
La relación entre los amantes, sin embargo, requiere crear condiciones de intimidad emocional, respeto mutuo y libertad.

PONER LÍMITES
Si su pareja se niega a aceptar una sexualidad que no sea transaccional y usted no pone límites a ello, podría terminar aceptando conductas opresivas y, de este modo, perpetuar una dinámica de abuso.
Para evitarlo, es necesario que no consienta en lo que no quiera hacer. Sea explícito en sus negativas, pero tome en cuenta que no es necesario caer en discusiones interminables que generen fatiga mental y resentimiento.
Por otra parte, deje claros sus deseos y no negociables. No minimice lo que a usted le agrada ni demerite su valor.
Si la conversación llega a ser insuficiente o de pobres resultados, busque ayuda profesional.
La manipulación sexual es uno de los problemas a tratar más frecuentes en los consultorios psico-sexológicos, pues son muchos los casos en que los amantes no logran un equilibrio entre lo que desean hacer voluntariamente y lo que su pareja les demanda.
Quienes acuden a intervención psicosexual pueden recibir orientación personal a través de la terapia individual, así como consultoría sexual con un buen pronóstico, siempre y cuando ambos sean genuinos y sinceros al comunicar lo que buscan en la intimidad y otras esferas de la relación.
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