Memorial para 418 aldeas palestinas que fueron destruidas, despobladas y ocupadas por Israel en 1948 (2001). Los nombres de las aldeas fueron bordados mayormente por ciudadanos palestinos desplazados, pero también por israelíes que crecieron en los restos de esas poblaciones. Imagen: documenta14.de Mathias Voelzke
El trabajo de Emily Jacir es uno de los ejemplos más notables del arte contemporáneo. Su obra aborda la diáspora y la violencia política, pero no a través de la simple representación documental, sino mediante dispositivos que las problematizan. Desde este punto de vista, su labor puede ser entendida según la fenomenología, que Husserl define como un regreso a la experiencia originaria, esa que surge antes de cualquier interpretación teórica o construcción científica, por medio de una reducción que permite describir cómo aparecen los fenómenos en su inmediatez.
Dado que la práctica de Jacir pone en escena justamente aquello que la fenomenología busca comprender —el vínculo entre mundo, conciencia y sentido—, la afinidad es clara. La artista muestra en proyectos como Where We Come From (2001-2003) y Material for a Film (2004) cómo se ha configurado la realidad para los individuos cuyos lazos políticos, espaciales y emocionales han sido quebrantados debido al exilio. Sin embargo, sus acciones artísticas no reconstruyen esa fractura en términos narrativos, la hacen visible.
EXILIO Y DESEO
En Desire in Diaspora, T. J. Demos explica que Where We Come From se articula a partir de una pregunta tan simple como radical: “Si pudiera hacer algo por ti, en cualquier lugar de Palestina, ¿qué sería?”. La obra consiste en el cumplimiento de peticiones hechas por palestinos que no pueden regresar a su país. Para llevarlas a cabo, Jacir utiliza la libertad de movimiento que le concede su pasaporte estadounidense.
Las solicitudes que le hacen llegar son, por ejemplo, visitar una tumba, caminar por una calle, tomar un café, regar un árbol, etcétera, y no sólo revelan la ausencia de un territorio, sino la imposibilidad de acceder a los horizontes de sentido que constituyen la vida cotidiana. El exiliado, como menciona T.J. Demos, pasa por una escisión entre el Yo y su verdadero hogar.
Aquí yace una conexión fundamental con la fenomenología. La realidad se configura a partir de las vivencias inmediatas, el Lebenswelt (mundo vital), anteriores a toda objetivación científica. La obra de Jacir permite observar cómo esta dimensión cotidiana es radicalmente perturbada: aquello que debería ser accesible sin esfuerzo, como caminar, visitar, tocar, saludar, se vuelve un campo de distancias infranqueables. El sujeto ya no es capaz de reencontrar el horizonte habitual en el que los objetos adquieren sentido, por lo tanto, su experiencia pasa por una ruptura constitutiva.
Where We Come From muestra no tanto la constitución del mundo en la conciencia, sino la interrupción de esa constitución, exponiendo la fragilidad del vínculo entre cuerpo, movimiento y entorno.

SITUARSE ENTRE DOS IDENTIDADES
Según Demos, la diáspora sitúa a Emily Jacir como un puente entre idiomas, territorios y estilos de vida. Esta idea del entre no se limita a una posición neutral o intermedia, pues representa un espacio liminal donde la identidad está en proceso y no es fija. Es un período en el que los límites políticos y culturales se vuelven permeables. Dicha perspectiva pone en entredicho la desidentificación poscolonial, ya que la población desplazada de su lugar de origen no está inscrita ni en la identidad impuesta por el poder colonial ni en una identidad nacional completa, sino en el conflicto entre las dos.
Desde la fenomenología, el estar-entre puede interpretarse como una disonancia entre la conciencia y su entorno: el individuo ya no encuentra coherencia entre sus acciones intencionales y los objetos hacia los que estas se dirigen. En la obra de Jacir, la dislocación aparece de manera especialmente clara. El entre se manifiesta como un espacio afectivo y político donde el deseo y su cumplimiento nunca coinciden porque el mundo ya no asegura que exista esta correlación.
La dinámica misma de dar sentido está constituida por el desfase entre intención y cumplimiento, que es fundamental en la fenomenología husserliana. Material for a Film introduce este intervalo no resuelto: el proyecto busca reconstruir la vida y la muerte de Wael Zuaiter, escritor y traductor palestino asesinado en Roma en 1972, pero cada testimonio, archivo o documento aparece como una huella incompleta, como si fuera la promesa de una presencia que nunca se materializa. El entre se transforma en la propia estructura de la experiencia: un área de suspensión en el que el territorio, la memoria y lo subjetivo interactúan desde la imposibilidad, la ausencia y la interrupción.

MATERIAL FOR A FILM
En esta obra, la artista desarrolla una investigación abierta en lugar de seguir el formato del documental convencional: un procedimiento de recopilación de fragmentos, rastros, objetos perforados por balas, cartas, fotografías y testimonios. Jacir actúa simultáneamente como fantasma y como detective. Reconstruye y, al mismo tiempo, asume la imposibilidad de reconstruir.
Esta tensión puede leerse como una exploración de la presencia ausente que aborda la fenomenología: la idea de que aquello que falta se hace presente a través de su imagen, su huella y su memoria. En los objetos de Zuaiter recopilados en Material for a Film, el pasado no aparece clausurado, sino como una presencia trunca, incompleta, que se resiste a ser reducida a mero recuerdo.
El archivo que Jacir configura no restablece la continuidad del tiempo, al contrario, muestra su desgarramiento. La perforación de los libros con la bala que mató a Zuaiter sirve como un signo de la violenta irrupción de una vida y expone un tiempo herido.
REDUCCIÓN, APARICIÓN Y ÉTICA DEL GESTO
En el trabajo de la artista, la interrupción de significados establecidos —políticos, mediáticos o identitarios— se revela como una posición ética. Su visión va más allá de representar el exilio: crea un espacio en el que puede surgir algo del mismo. Frente al exceso de discursos que intentan definir la diáspora palestina, Jacir introduce un vacío, un lugar de escucha y de espera, en el que la experiencia se muestra en su precariedad.
Cuando lleva a cabo las acciones solicitadas por quienes no tienen la opción de desplazarse, su cuerpo es el medio de manifestación. No actúa en lugar del otro, actúa para que algo del otro aparezca. Estos gestos —ir a una casa, tocar el mar, rezar en un sitio— funcionan como una manera mínima de revelación, un acto que deja ver el deseo y, al mismo tiempo, su límite. El acto exhibe la estructura vivida del exilio: la distancia, la espera, la interrupción del vínculo con el territorio.

Jacir no reconstruye narrativas, tampoco busca cerrar una historia. Deja que la experiencia se manifieste en su forma más elemental: un pedido, un desplazamiento o una fotografía que registra un acto cumplido, pero también la imposibilidad de realizarlo para quienes más lo desean.
La artista hace visible el intervalo entre lo que se desea y lo que efectivamente ocurre. Ese entre, esa distancia que atraviesa toda su labor, es el eje ético de su obra, un espacio de presencias ausentes en el que no se explica el exilio, sino que simplemente se permite ser. Así, gesto, archivo y desplazamiento se combinan en una práctica que reflexiona la diáspora desde adentro, en un lugar donde la memoria, el deseo y el territorio coexisten de manera tensa.
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