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Fatiga informativa en tiempos de doomscrolling

Si bien se trata de una actividad que da la sensación de control y es útil para navegar el mundo, exponerse constantemente a conflictos y sucesos trágicos mantiene al cerebro en alerta, generando ansiedad y malestar anímico. ¿Cómo lograr un equilibrio?

Imagen: Freepik

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PRISCILA CASTAÑEDA

En tiempos convulsos, la información se convierte en un recurso vital y, al mismo tiempo, en una fuente de desgaste mental. Cada titular sobre conflictos políticos, cada imagen de destrucción, cada testimonio de dolor nos confronta con una realidad que no podemos ignorar. Sin embargo, la exposición constante a estas noticias puede derivar en un estado de ansiedad sostenida, un fenómeno que desde la psicología clínica se conoce como fatiga informativa y que actualmente está potenciado por el doomscrolling: el hábito compulsivo de consumir contenido en redes sociales y sitios web.

EL IMPACTO DE LA SOBREEXPOSICIÓN EN EL CEREBRO

Aunque quienes estamos lejos del epicentro no enfrentamos el mismo nivel de trauma de quienes han vivido o viven una experiencia complicada, la sobreexposición mediática a este tipo de sucesos genera efectos similares: hipervigilancia y un ánimo que se desploma desde las primeras horas del día. Este patrón se relaciona con la activación crónica del sistema de alerta del organismo, que mantiene al cuerpo en un estado de estrés prolongado.

Los testimonios de las víctimas de una guerra, de un desastre natural o del crimen y la violencia ilustran la crudeza del trauma directo, y el eco de ese mundo cruel llega a nuestras pantallas, provocando una ansiedad vicaria: sentimos el dolor sin vivirlo en carne propia.

Cuando nos quedamos atrapados en el doomscrolling, nuestro cerebro funciona como si estuviera en una montaña rusa de alarmas y recompensas. La amígdala se enciende como una sirena, avisando que cada noticia es una amenaza, mientras la corteza prefrontal intenta poner orden, pero se satura con tanta información. 

Al mismo tiempo, el sistema de recompensa (dopaminérgico) nos da pequeñas descargas de dopamina cada vez que encontramos algo nuevo, como si fueran migas de pan que nos hacen seguir un camino sin parar. El resultado es un bucle: el cuerpo libera cortisol (la hormona del estrés), manteniéndonos en alerta, y la dopamina nos empuja a seguir en línea. De este modo terminamos atrapados en un juego que nos desgasta emocionalmente.

EL CÍRCULO VICIOSO DIGITAL DESDE EL PSICOANÁLISIS

El término doomscrolling ha ganado relevancia en la era digital. Se refiere a la compulsión de seguir deslizando la pantalla en búsqueda de contenido y noticias negativas, incluso cuando sabemos que nos hacen daño. Desde una perspectiva clínica, este comportamiento corresponde a una especie de “anestesia emocional” en la que buscamos información para sentir control sobre nuestro entorno, pero terminamos atrapados en un ciclo de desesperanza. El resultado es una mezcla de ansiedad, fatiga y alteración de la percepción de la realidad.

El cerebro interpreta las noticias negativas como una amenaza real, generando cortisol, la hormona del estrés. 
Imagen: Adobe Stock
El cerebro interpreta las noticias negativas como una amenaza real, generando cortisol, la hormona del estrés. Imagen: Adobe Stock

Ejerciendo una mirada psicoanalítica, el gusto por consumir malas noticias puede entenderse como una compulsión por la repetición: el sujeto se expone una y otra vez al mismo tipo de estímulo doloroso, buscando inconscientemente comprender aquello que le resulta traumático o peligroso. Freud describió cómo la repetición de experiencias displacenteras es un intento de dominar lo que inicialmente nos deja en una posición pasiva. 

En este sentido, enterarse de las atrocidades que se viven en el mundo activa la tensión entre el principio de placer y el principio de realidad: aunque genera angustia, también ofrece la ilusión de control frente a lo imprevisible. 

Además, el contacto con el sufrimiento ajeno moviliza mecanismos de identificación y proyección: la audiencia se reconoce en la vulnerabilidad del otro, pero al mismo tiempo descarga su propia ansiedad en esas imágenes externas. 

Así, el hábito de exponerse a malas noticias no es solo un acto racional para obtener información, sino una dinámica inconsciente donde el sujeto oscila entre el deseo de saber y la sensación de enfrentarse al límite de lo soportable.

EQUILIBRAR LA INFORMACIÓN CON EL AUTOCUIDADO

La pregunta inevitable es: ¿cómo estar enterados de lo que pasa en nuestro entorno sin caer en el masoquismo emocional? La psicología clínica propone varias estrategias: 

Establecer horarios de consumo informativo. Limitar la exposición a noticias a momentos específicos del día, evitando hacerlo al despertar o antes de dormir.  

Practicar la higiene digital. Seleccionar fuentes confiables y acudir directamente a ellas, evitando caer en el scroll infinito de las redes sociales.  

Practicar técnicas de respiración y mindfulness. Estas herramientas, que pueden incluir la meditación y el yoga, ayudan a bajar la activación fisiológica, regulando la ansiedad.  

Dedicar tiempo a actividades significativas. Es útil reemplazar parte del tiempo que dedicamos a consumir contenido con otras ocupaciones, como la lectura, el ejercicio o el voluntariado.

Los peores momentos para el consumo informativo son al iniciar el día y antes de dormir.
Imagen: Freepik
Los peores momentos para el consumo informativo son al iniciar el día y antes de dormir. Imagen: Freepik

VOLUNTARIADO: TRANSFORMAR LA IMPOTENCIA EN ACCIONES

Uno de los antídotos más efectivos contra la impotencia que provocan las malas noticias es el voluntariado. Diversos estudios muestran que participar en labores comunitarias reduce la ansiedad y la depresión, aumenta la autoestima y genera un sentido de propósito. 

Desde la psicología clínica, es una manera de reorientar la energía emocional hacia la acción prosocial, lo que permite recuperar la sensación de gestión frente a un mundo que parece desmoronarse.

El voluntariado no elimina todos los problemas que aquejan a la humanidad, pero sí ofrece un espacio donde la persona deja de ser espectadora pasiva y se convierte en agente activo de cambio. Esto fortalece la resiliencia y disminuye la percepción de amenaza constante.

La angustia que produce enterarse de sucesos trágicos, no importa qué tan lejos hayan ocurrido, es real. El reto es reconocer el impacto de la sobreexposición y diseñar estrategias de autocuidado que permitan estar informados sin quedar atrapados en el dolor ajeno. El equilibrio se logra al combinar límites digitales, prácticas de regulación emocional y actividades que devuelvan sentido a la vida en una realidad tan compleja. Porque si bien no podemos detener las bombas desde nuestras pantallas, sí podemos evitar que exploten dentro de nosotros.

El voluntariado es una manera saludable de recuperar la sensación de control ante un mundo que parece desmoronarse. 
Imagen: Freepik
El voluntariado es una manera saludable de recuperar la sensación de control ante un mundo que parece desmoronarse. Imagen: Freepik

marteda@gmail.com

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