Fachada de Casa Mudéjar. Imagen: Ernesto Ramírez
Dedicado a la memoria de la Sra. Gloria Ramírez Riefkohl (QEPD) y a Manuel Menéndez Tumoine (QEPD), mis suegros.
CASA MUDÉJAR
Corría el año de 1977 y justo en frente de un re cinto maravilloso comenzó mi formación como arquitecto. Con dos años de edad y sentado en una carriola sobre la banqueta, acompañado por María del Refugio, mi madre, y mi hermana Verónica, la Casa Mudéjar alimentó mis ojos desde el principio de la vida, casi sin darme cuenta.
Sus arcos de herradura, vitrales, pisos de pasta, azulejos, fustes, balcones, cornisas, su patio, su pórtico, la madera de sus cielos, la descomposición de la luz en su interior y sus atmósferas introspectivas fueron un lenguaje nuevo y cálido. El amor por la arquitectura entra por los ojos, pero siempre va directamente al corazón.
Esta casa se quedó conmigo desde mi infancia y me alegra verla más guapa hoy gracias a su restauración efectuada hace poco por el Ayuntamiento de Torreón. A pesar de que los orígenes de mi familia están en Monterrey y Parras de la Fuente, me siento profundamente conectado con la arquitectura islámica.
Todos los edificios de este estilo en la ciudad forman parte de una gran familia, una que está físicamente separada pero unida por un hilo invisible. La Casa Mudéjar pareciera ser una evocación clara y profunda de una urbe que también extraña a lo lejos a sus parientes más queridos: la Casa Alhambra, por ejemplo, que antes embellecía la esquina de la calzada Colón con la avenida Abasolo, pero que ha sido sustituida por un inmueble genérico sin valor arquitectónico.
El lenguaje de Casa Mudéjar es una herencia que revive nuestra memoria. El mundo paralelo que hay en ella nos ha hipnotizado para siempre, ya que nuestra educación visual está llena de todos los detalles de su fachada, visible desde la calle Ildefonso Fuentes. Su complejidad nos habla sin palabras y su presencia en la región sigue creciendo con el paso del tiempo. No dejemos que su destino sea el de tantos otros edificios patrimonio de la Laguna, que han sido condenados al olvido o, simplemente, a desaparecer.

CASA MORISCA
Una de las piezas de mayor valor arquitectónico e histórico de toda la Comarca Lagunera fue la conocida como Casa Morisca o La Alhambra, construida, según algunas fuentes, en el año de 1930 por un prestigioso agricultor de origen español.
Esta hermosa vivienda, ubicada en el centro de Torreón, fue admirada por los laguneros por cerca de 50 años y fue el resultado de lo que tanto le gustó del arte mudéjar a su dueño, quien pudo plasmar esa admiración gracias al talento de su maestro de obras, don Cesáreo Lumbreras Sena. Se dice que don Césareo consultó varios libros de su cliente para usarlos como base para este proyecto, que además tuvo un sello marcadamente único. Aunado a esto y en colaboración con un hojalatero realizó los moldes de todos los ornamentos del inmueble, que muy pronto fue considerado como una obra emblemática de la ciudad.
A partir de los años setenta fue que se le denominó La Alhambra, ya que ahí se instaló un restaurante con ese nombre. Hacia finales de esa misma década se tuvo la intención de que fuera, además, Casa de la Cultura del municipio, pero no se contó con los recursos suficientes para lograrlo.
Mi suegra, la señora Gloria Ramírez Riefkohl, me compartió este testimonio del lugar: la vivienda estaba completamente enrejada y contaba con una hermosa mariposa de 1.5 metros de diámetro justo en frente de su acceso principal. Por la parte frontal, a través de una escalera, se accedía hacia una amplia terraza con arcos lobulados en toda su fachada. Al ingresar a la casa había dos salas del lado izquierdo y, del lado derecho, las salas de verano y de invierno, muy usadas de acuerdo con las costumbres de aquella época. Más al fondo había un hall alto e iluminado por vitrales de colores. Junto a él se encontraban las puertas que conducían a la cocina y al comedor, donde una docena de personas podía sentarse a comer cómodamente.
El edificio contaba con cinco o seis recámaras con baños compartidos, cada una de las cuales tenía ventanas que daban hacia el jardín perimetral, con formado de césped y algunas plantas sin flores. Des de la cocina, grande y oscura, era posible salir hacia el área de las cocheras techadas, que podían albergar hasta cuatro vehículos. Dentro del predio, del lado de la calzada Colón, había una pequeña fuente con la escultura de un elefante, probablemente con acabado de cantera. El área del terreno donde se ubicaba era de aproximadamente media manzana y contaba con una cancha de jai alai techada al fondo.
Cerca del año de su construcción, en 1930, mi suegro, Manuel Menéndez Tumoine, visitó La Alhambra y a su dueño original, quien le regaló un juego de sillas y un escritorio de una factura exquisita y que hoy han encontrado un nuevo hogar en mi despacho.
En 1965, a la empresa dueña de Sanborns le interesó comprar el inmueble, por todas sus cualidades arquitectónicas, para hacer un restaurante de su cadena, pero la negociación no se concretó. Años después, la casa fue adquirida por otra persona cuya intención era convertirla en un espacio comercial y, un día de 1981, fue demolida de noche sin respetar en lo más mínimo su valor patrimonial.

A pesar de las protestas e indignación de muchos ciudadanos, las autoridades no pudieron evitar la catástrofe. Hoy en día sólo nos queda su recuerdo. Un edificio de tres o cuatro niveles, de ínfima calidad urbana, ocupa el lugar de esta otrora emblemática obra.
El caso de La Alhambra fue una desgracia que todos seguimos llorando, pero también hay que tomarla como una lección. En la Comarca Lagunera sobreviven muchas construcciones con valor histórico que siguen en abandono y en riesgo de una posible demolición, que podría suceder en cualquier momento por intereses inmobiliarios y por simple y llana ignorancia. El gremio de arquitectos y la sociedad en general tenemos la urgente obligación de revalorar nuestro patrimonio arquitectónico y urbano, con más divulgación y educación, si no queremos perder más edificios en pos de una modernidad apoyada en la mal usada palabra “remodelación”.
Me quedo con las palabras de Álvaro Siza, ganador del Premio Pritzker en 1992, para describir su proyecto de ampliación para la Alhambra de Granada, en España: “La Alhambra tiene una modernidad intemporal y universal y esa es la salvación para un proyecto tan difícil”. Esto, sin duda, nos ayuda a describir claramente el valor que tienen esta y las dos obras que acabamos de describir en este texto. Ojalá algún día todos lo entendamos. Gracias a don Alberto Álvarez García por la maravillosa Casa Mudéjar.
Gracias a don Fernando Rodríguez Rincón por La Alhambra lagunera que vive y late en nosotros todavía. Gracias al reino Nazarí y a la Corte de Castilla por construir el conjunto de la Alhambra de Granada.
jatovarendon@yahoo.com