Tras la Segunda Guerra Mundial surgió la Bauhaus, que combinó arquitectura, arte, diseño y artesanía. Imagen: Unsplash/ Hisashi Oshite
Es preciso entender que toda arquitectura está vinculada a su tiempo, que es un arte objetivo que solamente puede regirse por el espíritu de su época. Nunca jamás ha sido de otra manera.Ludwig Mies van der Rohe.
¿Cuál es la potencia del cambio? ¿Qué impulsa a algo o alguien a redirigir su rumbo? La palabra “revolución” proviene de losvocablos latinos re (de nuevo) y volvere (girar), lo que nos hace tener la visión de algo que “da una vuelta”. En el principio se usaba para describir el movimiento de los astros, o bien, la velocidad angular en términos matemáticos. De cualquier forma, implicaba distancia y tiempo, es decir, un proceso. Con el pasar de los siglos, el término adoptó otro significado: el de cambio profundo, ya menudo radical, de la estructura de una sociedad. Es decir, “una vuelta” al sistema establecido. En otro sentido, el Diccionario de Filosofía define la revolución como la violenta y rápida destrucción de un régimen político o el cambio radical de cualquier situación cultural.
Las diversas revoluciones suscitadas a lo largo de la historia han impactado a la arquitectura. Por ejemplo, en la Ilustración se pensaba que a través del raciocinio se debía crear un nuevo orden social y, con él, una nueva arquitectura funcional y estructuralmente más pura. En esta época desapareció la decoración: “Había que eliminar el ornamento; la arquitectura debía volver a sus esencias”, apunta Leland M. Roth, quien afirma que todos y cada uno de los aspectos de la actual civilización moderna occidental están influidos, en mayor o menor medida, por la radical transformación cultural del siglo XVIII.

Algunos factores que detonaron estos cambios fueron: el aumento de la productividad en las labores del campo, la emigración a las ciudades, el crecimiento poblacional, la expansión de la clase media y, con todo ello, los problemas de alojamiento, transporte, entretenimiento y organización institucional que emanaron de los nuevos estilos de vida.
En el siglo XIX se llevaron a cabo otras modificaciones estructurales que reconfiguraron dramáticamente la sociedad, principalmente en Europa occidental: de la monarquía absoluta se pasó a la democracia. Los arquitectos de aquel entonces se inclinaron por facilitar los modos de vida tradicionales.
Sin embargo, no ha habido una época con más experimentación artística y en diseño que el siglo XX. El periodo de entreguerras y el que se vivió posterior a la Segunda Guerra Mundial marcó un antes y un después en el desarrollo de estas disciplinas: la llegada de las vanguardias lo transformó todo.
LA VANGUARDIA DEL SIGLO XX
En esta era revolucionaria, en el amplio sentido de la palabra, emergieron y comenzaron a utilizarse materiales y tipologías arquitectónicas muy distintas a todo lo que existía hasta ese momento, pues respondían a las necesidades de la época. Después de la Segunda Guerra Mundial, corrientes como la Bauhaus, escuela fundada por el alemán Walter Gropius, vincularon la arquitectura,las artes y la artesanía.
Sin embargo, antes de estos movimientos el periodo de entreguerras había impactado de forma definitiva la manera en que se entendía el mundo, la sociedad y el territorio, convertido en restos trastocados por el paso de las balas, proyectiles y granadas.La destrucción forzó a poner en marcha acciones que reconstruyeran no solamente los edificios y las ciudades, sino el epitelio social, el ánimo de las personas, es decir, las heridas internas. Los soldados regresaban a sus lugares de origen y se requerían viviendas que solventaran sus necesidades y las de sus familias; de ahí surgió la producción en masa aplicada al sector habitacional. Centradas en la funcionalidad y el pragmatismo, estas casas poseían una tipología similar (si no es que igual) entre sí, de construcción sólida. Entre los espacios innovadores que las caracterizaron se encuentran el garaje y una cocina con vista al patio.

Así pues, el siglo XX, con sus dos grandes guerras, enmarca la historia de la cocina. Sí, una cocina creada por una arquitecta nacida en la Viena austrohúngara a finales del siglo XIX. Fue la primera mujer del país en titularse en esta profesión, comunista, revolucionaria, activista social y pionera en la defensa de los derechos de la mujer: Margarete Schütte-Lihotzky.
LA TRAYECTORIA DE SCHÜTTE-LIHOTZKY
Sus inicios en la arquitectura se dieron durante la Viena Roja, un periodo situado entre la caída del Imperio Austrohúngaro en 1919 y la llegada del nazismo a Alemania. En este complejo episodio histórico se mandaron construir 65 mil viviendas destinadas a cubrir las necesidades del grupo poblacional más vulnerable de aquel territorio. Esto marcó la visión y la sensibilidad de Grete, como le gustaba que la llamaran.
Discípula de Adolf Loos, importante arquitecto que se casó con la escritora Lina Loos, fundaría la Unión de Mujeres Democráticas en 1948. Progresista e innovadora, se preocupaba por que las labores domésticas fueran consideradas un trabajo. Como muchas mujeres de su época —e incluso de la nuestra— fue silenciada e invisibilizada hasta que cumplió los cien años. Su padre, quien según nuestra protagonista hubiese querido ser músico, fue funcionario de la monarquía; su madre fue un ama de casa que en 1918 comenzó a trabajar en la Oficina de Proyección de Menores. Este contexto familiar llevó a Grete a conocer la violencia y la miseria generadas por la marcada diferencia de clases en la Austria de aquel tiempo.
Con esta sensibilidad por su entorno, Schütte-Lihotzky creó, proyectó, diseñó y construyó desde muy joven, pero también fue condenada a pena de muerte, aunque después sería liberada.
Entre 1926 y 1930 fue invitada por Ernst Mayr a desarrollar un programa de construcción urbana. En ese contexto diseñó la cocina Fráncfort, que la visibilizaría internacionalmente como la creadora de este espacio doméstico con muebles empotrados, la tatarabuela de las cocinas de hoy en día. Fabricada para hacer la vida de las mujeres más fácil y práctica, unía funcionalidad y diseño. “Cada milímetro cuenta”, decía Grete, según algunos autores.

Mujer longeva, recorrió el mundo interesada principalmente en mejorar la vida de las personas por medio de la vivienda social y de proyectos como guarderías y escuelas. Siempre en defensa de los derechos de la mujer, aguerrida, “revoltosa”, dijo en algunaocasión: “Yo no soy una cocina… Yo nunca había sido ama de casa y no tenía ni idea de cocinar”. Y aun así, gracias a su sensibilidad, su trabajo sistemático, metódico y su acercamiento con la gente, creó una cocina que hasta el día de hoy utilizamos: organizada, práctica y eficiente; fácil de limpiar, con materiales y colores que intencionalmente se propusieron para unir la funcionalidad y el diseño en lo que, según Inma Bermúdez, se convirtió en “un laboratorio de la ama de casa en un espacio de dimensiones reducidas, pero que ofrecía confort para las mujeres trabajadoras”.
El lenguaje, no solamente el que usamos para expresarnos con palabras, sino el arquitectónico, es también un proceso que transforma las ideas y las actividades. Así como cada milímetro cuenta, la arquitectura, en su amplitud, longitud y altura, revoluciona y es capaz de mejorar la calidad de vida. Es un medio por el cual se puede hacer resistencia. Colocar a las personas en el centro de la conversación es imprescindible para el desarrollo de las ciudades, porque cada aspecto de nuestra vida está rodeado por un edificio o se encuentra inmerso en el espacio arquitectónico, por pequeño que este sea. Grete fue durante un tiempo una fuerza “invisible”, pero moldeó nuestros hogares desde hace un siglo. Un espíritu incansable y potente; una revolución hecha mujer.
argelia.davila@uadec.edu.mx