El vértigo que nos provoca vivir en el presente se debe al traslape de cambios de distinta índole y diferente escala de tiempo. La transformación del mundo que ocurre frente a nuestros ojos es un mosaico compuesto en varias dimensiones. Una de ellas es el cambio tecnológico. No se trata sólo de un cambio cuantitativo, un mero aumento de velocidad, que lo es, pero más que eso. Es un salto cualitativo. La revolución digital de la inteligencia artificial aparece como la suma agregada y potenciada de las revoluciones precedentes: la de la imprenta de los siglos XV-XVI, la científica de los siglos XVII-XVIII, las industriales de los siglos XVIII-XX y la informática de los siglos XX y XXI. Creo que no hemos visualizado la magnitud de lo que está ocurriendo. La revolución actual no sólo impacta la forma en la que producimos y consumimos, también afecta la manera en la que conocemos, pensamos, sentimos y vivimos.
Gracias a la IA los descubrimientos científicos se han acelerado a una velocidad nunca antes vista. Y esto va desde la genética hasta la física nuclear y cosmológica, pasando por la medicina, la química y todas las ramas de la ingeniería. Con el uso de nuevos modelos de IA, los científicos pueden analizar enormes volúmenes de datos, plantear hipótesis cada vez más complejas y automatizar la experimentación para comprobarlas con márgenes de error reducidos. De la misma forma que la revolución científica preparó el camino a la revolución industrial, los hallazgos científicos desarrollados con apoyo de la IA transforman los procesos productivos y estos, a su vez, mejoran las capacidades de las nuevas tecnologías. Es un ciclo que se retroalimenta, encuentra nuevos caminos y permite una escalabilidad sin precedentes.
Las posibilidades que plantea la aplicación a gran escala de los modelos de IA en la industria y la vida cotidiana hacen de esta revolución tecnológica un componente clave de la competencia geopolítica. Convertirse en una potencia en la carrera de la IA requiere de un volumen de inversión que sólo unos cuantos países pueden generar. Debido a ello, es muy probable que esta revolución afiance las estructuras jerárquicas de poder existentes, con la posibilidad de que EUA y China disputen la cima solos y desconectados durante un buen tiempo.
El riesgo de desconexión hoy está latente. Si bien el mundo ha alcanzado una interdependencia a una escala inédita con la hiperglobalización, el declive de ésta conduce al mundo hacia un nuevo escenario de fragmentación que también alcanza al ámbito digital. Uno de los activos centrales de la revolución tecnológica actual son los datos y la capacidad de procesamiento de los mismos. En EUA, China y en la UE la utilización de centros de datos ha dejado de ser sólo una función auxiliar de las empresas para convertirse en uno de los ejes de la seguridad nacional y regional.
El gigante asiático, por ejemplo, cuenta con una auténtica muralla digital que impide el uso de plataformas occidentales en territorio chino y que permite un férreo control por parte del gobierno. Con la presión para intervenir directamente en la estructura empresarial de Tik Tok en suelo estadounidense, Washington replica algunas características del modelo chino. Si todos los bloques regionales aplicaran restricciones en el uso de plataformas y el flujo de datos, el PIB global se hundiría 4.5 %, de acuerdo con datos de la OMC. La IA necesita de un alto flujo de datos a la par que de una creciente capacidad para procesarlos. Y hoy el futuro de la economía mundial no puede entenderse sin el papel de la IA, que es el eje rector de la cuarta revolución industrial.
Para que la IA pueda desarrollarse y aumentar su capacidad necesita cuatro cosas fundamentales: espacio, minerales, energía y agua. Espacio para construir los centros de datos necesarios. Minerales críticos (litio, cobre, níquel, cobalto y tierras raras) para fabricar los circuitos integrados y procesadores que requieren los centros de datos. Energía para que funcionen. Y agua para enfriarlos. Según estimaciones del MIT Sloan, en 2030 el 21 % de la demanda mundial energética estará vinculada a los centros de datos. Los minerales críticos para semiconductores y circuitos integrados se han convertido en motivo de pugna geopolítica.
La revolución tecnológica de la IA ha desatado también una fiebre de inversión en forma de triángulo que apenas comienza. Según datos de fDi Intelligence, del Financial Times, en 2024 los sectores con más flujo global de inversión extranjera directa fueron: energía renovable (240 mil mdd), comunicaciones (166 mil mdd), semiconductores (120 mil mdd) e inmobiliario (92 mil mdd). Comunicaciones se refiere principalmente a centros de datos, los cuales requieren circuitos integrados y espacios dónde establecerse, lo cual explica parte del impulso del sector inmobiliario. Respecto a este último punto, de acuerdo con la Oficina del Censo de Estados Unidos, este país ya invierte casi lo mismo en espacios para oficinas que para centros de datos.
Si pudiéramos simplificar en una ecuación el triángulo febril de la inversión de la inteligencia artificial quedaría algo así: IA = CD + CI + DI. Los jugadores del ecosistema IA demandan enormes cantidades de capacidad de procesamiento, almacenamiento y conectividad; los circuitos integrados son el corazón de la revolución digital IA que constituyen los procesadores de los centros de datos, y debajo de cada centro de datos o fábrica de chips hay un inmenso proyecto inmobiliario y de infraestructura. La ecuación, como ya vimos, se complementa con ingentes cantidades de agua, energía y recursos minerales.
Ahora bien, no todo es oportunidad y bonanza. La revolución de la IA conlleva desafíos que no debemos soslayar. El más visible de todos es el medioambiental: la creciente demanda de energía de los centros de procesamiento para modelos de IA cada vez más grandes dejará una huella de carbono crítica si no se avanza más rápido en la sustitución de fuentes fósiles. Otro de los retos que acapara titulares hoy tiene que ver con el futuro del trabajo humano: el desplazamiento de personas de la economía formal hacia el desempleo o la informalidad debido a la IA es una realidad, aunque la magnitud aún está por verse.
Un desafío no menos relevante es la desinformación: hoy es posible crear videos o fotografías de hechos que nunca existieron sin que el ojo humano pueda detectar la falsificación, lo cual puede comprometer la estabilidad social y política de los países. A ello hay que agregar la posibilidad de usar la IA para desarrollar armas o desatar conflictos de formas impredecibles. Por último, está el riesgo de una mayor desigualdad: la alta concentración de recursos -datos, energía, talento y capital- en unos pocos países y empresas ampliará las brechas de poder, riqueza y desarrollo.