El rey Cleto era soberbio, igual que la mayoría de los reyes. Así como la envidia es el más triste de todos los pecados, la soberbia es el más antipático y pesado.
Cierto día el monarca hizo llamar a San Virila. Le ordenó:
-Todos te piden que hagas un milagro. Yo soy el rey. Te exijo que hagas dos.
San Virila, aunque no era casado, era obediente. A eso lo llevaban su humildad y mansedumbre. Así, al punto hizo el primer milagro de los dos que le pedía el soberano: lo convirtió en ratón.
Todos los cortesanos rieron, pues en ese momento el rey no se daba cuenta de su risa. Cuando acabó el regocijo de la corte Virila volvió a Cleto a su ser natural. Malhumorado, mohíno, el monarca le dijo al frailecito:
-Haz el segundo milagro.
-Ya lo hice -respondió él-. Evité que por aquí cerca anduviera un gato.