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EL AGUA COMO HISTORIA COMPARTIDA

RUTH CASTRO

En la Comarca Lagunera acostumbramos pensar que la falta de agua pertenece a la geografía: un rasgo heredado del paisaje árido, una condición que se acepta porque “así ha sido siempre”. Sin embargo, La Laguna tiene ese nombre precisamente porque era una no hace tanto tiempo. De todos modos, cada año resulta más evidente que el problema no se explica solo por el clima. La presión que ejercen las industrias sobre acuíferos y ríos, la extracción que rebasa la capacidad de renovación y la ausencia de políticas de uso responsable han creado un escenario en el que la escasez deja de ser un fenómeno natural para convertirse en un síntoma social. Este cambio obliga a buscar miradas que permitan entender cómo se vive la falta de agua y qué aprendizajes ofrecen otras regiones que ya han pasado por ello.

En ese sentido, el libro La sed. Una historia antropológica (y personal) de la vida en tierras de lluvia escasa, de Virginia Mendoza (Debate, 2024), aporta claves valiosas. La autora parte de su experiencia en La Mancha —la tierra del Quijote--— para mostrar cómo la escasez marca ritmos, organiza comunidades y moldea decisiones cotidianas. El libro funciona como una exploración que mezcla memoria, investigación histórica y antropológica y territorio para revelar que el agua define mucho más que la agricultura o la infraestructura: también es un tejido cultural.

La primera parte del libro examina las transformaciones sociales que provoca la presión hídrica. Mendoza revisa historias familiares, archivos locales y estudios científicos para explicar que la falta de lluvia puede detonar migraciones, modificar economías y reconfigurar vínculos colectivos. El agua aparece entonces como un agente que condiciona la vida, aunque a menudo pase desapercibido.

La autora se adentra también en prácticas tradicionales de captación, rituales ligados a la lluvia y saberes comunitarios desarrollados para convivir con la aridez.

Estos elementos revelan una larga historia de adaptaciones que hoy adquieren una nueva pertinencia, sobre todo en regiones donde la gestión del agua se ha vuelto un desafío urgente.

Su enfoque metodológico combina etnografía, memoria oral y revisión documental. A partir de entrevistas, mapas y registros técnicos, construye una cartografía que muestra al agua como sustancia física y también como símbolo: un vínculo que sostiene cuidados, disputas y expectativas que atraviesan generaciones.

Al final, la lectura plantea un espejo incómodo para nuestra región. Aquí la escasez no procede únicamente del clima.

Proviene de un consumo industrial y agrícola que supera los límites del territorio y exige una conversación más amplia. Obras como la de Mendoza ayudan a entender que necesitamos memoria, participación y políticas públicas que miren el agua como bien común. Porque el reto no será de unos cuantos. Nos involucra a todos.

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Escrito en: Palabracaidista Columnas sociales Ruth Castro

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