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Parálisis ejecutiva: cuando el cerebro “no arranca”

A veces se toma como pereza la dificultad para iniciar tareas, transicionar entre actividades, mantener el enfoque o terminar lo que se empieza, pero cuando es involuntario se trata, más bien, de una cuestión neurobiológica o emocional.

Imagen: Freepik.

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PRISCILA CASTAÑEDA

La escena se repite: alguien tarda horas en comenzar una tarea sencilla, pospone actividades importantes o parece “desconectado” ante cambios de rutina. A menudo se interpreta como flojera, falta de voluntad o irresponsabilidad. Pero, ¿y si el problema no es de actitud, sino neuropsicológico?

Las funciones ejecutivas son el conjunto de procesos mentales que nos permiten planificar, iniciar, sostener y finalizar acciones. Son como el “cerebro del cerebro”: organizan, priorizan, permiten cambiar de estrategias y mantener metas a largo plazo. Cuando se ven alteradas, aparece lo que se conoce como síndrome disejecutivo o parálisis ejecutiva.

Este tipo de problemas puede afectar profundamente la vida cotidiana, el rendimiento académico, el trabajo, las relaciones familiares y, sobre todo, la autoestima. Y lo más complejo es que muchas veces pasan desapercibidas o se malinterpretan como desinterés o falta de compromiso.

¿QUÉ SON?

Las funciones ejecutivas ocurren en la corteza prefrontal, una región del cerebro que coordina la atención, la memoria de trabajo, la inhibición de impulsos y la flexibilidad cognitiva. Son esenciales para la autorregulación, la toma de decisiones y la adaptación al entorno. En términos simples, hacen posible que el individuo se organice, actúe con propósito y responda de forma adecuada a los cambios.

Cuando se ven comprometidas, el cerebro no logra “encenderse” para actuar, aunque la persona quiera hacerlo. Esto se manifiesta como cualquiera de (o todos) los siguientes síntomas:

• Dificultad para iniciar tareas, incluso simples.

• Problemas para cambiar de una actividad a otra(hacer transiciones).

• Olvidos frecuentes, desorganización y pérdidade objetos.

• Incapacidad para sostener la atención o terminarlo que se empieza.

• Sensación de bloqueo o “niebla” mental.

La disfunción ejecutiva genera baja autoestima y un estigma hacia la persona, que suele ser juzgada como floja. Imagen: Freepik. Imagen: Unsplash/ Adrian Swancar
La disfunción ejecutiva genera baja autoestima y un estigma hacia la persona, que suele ser juzgada como floja. Imagen: Freepik. Imagen: Unsplash/ Adrian Swancar

Estos síntomas no son exclusivos de un diagnóstico, sino que pueden aparecer en personas con déficit de atención, ansiedad, depresión, trastornos del neurodesarrollo, daño neurológico o incluso en adultos sin diagnóstico que viven bajo estrés crónico o sobrecarga emocional.

Esto último ocurre precisamente porque, cuando alguien experimenta estrés, se activa el eje hipotálamohipófisis- adrenal (HPA). Dicho sistema libera cortisol, la hormona que prepara al cuerpo para enfrentar amenazas.

El problema ocurre cuando el estrés es crónico o intenso, pues esta sobreexposición afecta la corteza prefrontal. El mismo exceso de cortisol reduce la actividad sináptica, disminuye la neurogénesis e incluso llega a atrofiar neuronas en esta área. Por si fuera poco, la disfunción favorece la dominancia de estructuras más primitivas como la amígdala, que genera respuestas más emocionales y menos racionales, como es el caso de algunos adolescentes.

Los espacios ordenados y silenciosos favorecen la concentración. Imagen: Unsplash/ Jeff Sheldon
Los espacios ordenados y silenciosos favorecen la concentración. Imagen: Unsplash/ Jeff Sheldon

PARÁLISIS EJECUTIVA VS PEREZA

Es importante resaltar que la pereza implica una decisión consciente de no hacer algo. La parálisis ejecutiva, en cambio, es una dificultad involuntaria para iniciar o sostener la acción, incluso cuando hay motivación. Quien la vive suele sentirse frustrado, culpable o incomprendido. Y quien acompaña, agotado por no entender qué está pasando.

La diferencia es clave: mientras la pereza responde a una falta de interés o de motivación, la parálisis ejecutiva es una limitación funcional. El cerebro quiere actuar, pero no encuentra cómo. Es como tener el mapa, pero no poder arrancar el coche.

CAUSAS

Desde la neuropsicología, se sabe que las funciones ejecutivas son vulnerables a múltiples factores:

Neurobiológicos. Alteraciones en la corteza prefrontal, como en el trastorno por déficit de atención (con o sin hiperactividad), o tras lesiones cerebrales.

Emocionales. Ansiedad, depresión o trauma pueden interferir con la capacidad de organizar y ejecutar. Ambientales. Entornos caóticos, sobrecarga de estímulos o falta de estructura dificultan la autorregulación.

Contextuales. Exigencias excesivas, falta de apoyo o rutinas poco claras son factores que agravan el problema.

Además, el desarrollo de las funciones ejecutivas es gradual. En niños y adolescentes estas habilidades aún están madurando, lo que explica por qué muchos presentan dificultades para organizarse, planificar o sostener la atención. En adultos, pueden verse afectadas por el estrés, el agotamiento o condiciones médicas.

En los niños, estas funciones apenas están en desarrollo, por lo que les es más difícil accionar por sí solos para
realizar actividades. Imagen: Unsplash/ Vitaly Gariev
En los niños, estas funciones apenas están en desarrollo, por lo que les es más difícil accionar por sí solos para realizar actividades. Imagen: Unsplash/ Vitaly Gariev

ACCIONES

Más que forzar a la persona a “superarlo”, se trata de adaptar la vida a sus necesidades neuro-funcionales. Algunas estrategias útiles incluyen:

Rutinas visuales y estructuradas. Ayudan a anticipar y organizar. Usar calendarios, pizarras, horarios visibles y listas de tareas reducen la carga cognitiva de las actividades a realizar.

Tareas divididas en pasos pequeños. Disminuyen la sobrecarga y permiten avances graduales. En lugar de “haz tu tarea”, sirve más decir “abre el cuaderno, escribe la fecha, revisa las instrucciones que debes seguir”.

Recordatorios externos. Apps, alarmas, notas adhesivas o asistentes virtuales son útiles para suplir la memoria de trabajo y facilitar la ejecución.

Ambientes con bajo estímulo. Favorecen la concentración y reducen interferencias. Espacios ordenados, silenciosos y con pocos distractores son aliados clave.

Validación emocional. Reconocer que no es flojera, sino una dificultad real, mejora el vínculo familiar. Evitar juicios y ofrecer acompañamiento empático es fundamental.

Transiciones suaves. Anticipar los cambios de actividad, usar señales claras para hacerlo y permitir tiempos de ajuste ayuda a evitar bloqueos.

Apoyo profesional. En casos persistentes, la evaluación neuropsicológica ofrece claridad y estrategias específicas. Psicoterapia, acompañamiento educativo o intervención farmacológica pueden ser necesarios según el caso.

ACOMPAÑAMIENTO

En contextos sociales, entender las funciones ejecutivas transforma la convivencia. No se trata de justificar todo, sino de comprender para intervenir mejor. Adaptar no es rendirse ante un padecimiento, sino construir puentes entre lo que el cerebro permite y lo que la vida exige.

Cuando una madre deja de decir “no quiere hacer nada” y empieza a preguntar “¿qué necesita para poder hacerlo?”, se abre una puerta a la empatía. Cuando un padre deja de castigar por olvidar y empieza a ofrecer herramientas para recordar, se construyeuna alianza. Y cuando una persona deja de culparse por no poder y empieza a buscar formas de hacerlo diferente, se inicia un proceso de reparación.

marteda@gmail.com

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