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Pompa imperial

GERARDO HERNÁNDEZ

El 1 de septiembre fue, por décadas, «el día del presidente». En cada informe, las instituciones, los grupos de poder, la jerarquía eclesiástica y la banca rendían culto al portador de la banda tricolor. Los festejos duraban casi una semana. Había besamanos en Palacio Nacional, desayuno con las fuerzas armadas, comida con los gobernadores (hasta mediados de 1988 todos del PRI), desfiles, crónicas almibaradas y desplegados apologéticos. El ritual perdió encanto cuando las oposiciones tuvieron mayor representación en el Congreso. A partir de José López Portillo, los mandatarios fueron interpelados hasta que la ceremonia se canceló por anacrónica. El país avanzaba a tumbos hacia la alternancia.

Felipe Calderón fue el último presidente en acudir al Congreso a presentar su informe (el primero), en 2007. El país ya estaba polarizado. La idea del fraude electoral del año previo, avalado por el Instituto Federal Electoral (IFE) y los poderes fácticos, adquirió carta de naturalización. Calderón entregó el informe por escrito y pronunció un mensaje de un minuto y 38 segundos ante los diputados y senadores del PAN y el PRI. Las bancadas de la coalición Por el Bien de Todos, formada por el PRD, PT y Convergencia, que postularon a Andrés Manuel López Obrador, abandonaron el salón de plenos.

Tres meses atrás, Vicente Fox llegaba al Congreso a dar su último informe, pero fue detenido en el vestíbulo e informado de que la tribuna había sido tomada por el PRD y sus aliados. La intromisión de Fox en las elecciones y el desafuero de López Obrador de la jefatura de Gobierno de Ciudad de México, aprobado por el PRI y el PAN, para dejarlo fuera de la carrera presidencial, provocaron una de las mayores crisis políticas y, a la postre, el triunfo del caudillo de la 4T. El líder de la alternancia hizo de tripas corazón: «Ante la actitud de un grupo de legisladores que hace imposible la lectura del mensaje que he preparado para esta ocasión, me retiro de este recinto» (La Jornada, 02.09.06).

Los presidentes dejaron de asistir a la apertura del periodo ordinario de sesiones del Congreso a informar sobre el estado general de la administración por una reforma de 2008. Desde entonces, el secretario de Gobernación entrega el informe por escrito. Calderón y Peña Nieto se desembarazaron de un compromiso incómodo y de las diatribas de las oposiciones, pero no prescindieron del boato. Las ceremonias en la Cámara de Diputados Congreso se sustituyeron por reuniones en distintos escenarios y frente audiencias propicias: secretarios de Estado, gobernadores, empresarios, líderes políticos e invitados especiales. El besamanos devino autoelogio. Durante 12 días, una avalancha de spots invade las pantallas con la imagen presidencial y sus obras.

Andrés Manuel López Obrador trasladó los informes al patio de Palacio Nacional, bajo el mismo esquema, pero con su toque populista. Después década acto protocolario salía a la Plaza de la Constitución y le hablaba frente a miles de personas «venidas de todos los rincones de la patria». Así se despidió: «Hoy rindo ante ustedes, y ante el pueblo y la nación, mi último informe de Gobierno (…) lo hago más convencido que nunca de que lo mejor de México es su pueblo, heredero de civilizaciones que florecieron desde mucho antes de la llegada de los invasores europeos». Luego se retiró a su quinta de Palenque, Chiapas. La democracia sepultó el día del presidente y la pompa imperial.

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