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Recuerdos de una vida olvidable

Hasta los machos pueden ‘rajarse

MANUEL RIVERA

Cuándo comunicar firmeza o sensibilidad en la toma de decisiones?

Durante las poco más de cuatro décadas en las que me sumé a equipos de comunicación política, muchas veces mi razón chocó contra el machismo en el servicio público, entre cuyas manifestaciones de ayer y hoy está permanecer en el error, antes que rectificar.

Inmerso en tan básicas consideraciones, sospechando de que el olor a pólvora en el país provenga de una más de las tretas de la maldad encarnada por los neoliberales que difaman la bondad cuatroteísta, trato de responder a la pregunta inicial a partir de un caso nada intranquilizante, pues los preocupantes para el pueblo, a no ser por el resultado del sorteo mundialista, difícilmente surgen en una nación donde predomina la felicidad.

Echo entonces hacia atrás mis recuerdos…

Estoy en un autobús que abordé en Aguascalientes y lleva a Monterrey, ruta que nada tendría de extraña si no fuera porque trabajo en Reynosa. Sí, debo primero explicar lo raro que puede parecer este viaje.

Presto mis servicios de comunicación en la administración municipal reynosense, cuyo informe deberá ser rendido en siete días, evento que, como desde tiempos inmemoriales en casi toda la república, será el del "Día del Alcalde". Esta madrugada me dirijo hacia la capital de Nuevo León, para entregar los originales electrónicos del informe de gobierno y supervisar su impresión.

Aclarada ya mi ruta, vuelvo a dormir como si careciera de pecados, inmerso en un peculiar ambiente donde un concierto de ronquidos convive con el rugir del motor. Esta calma sui géneris es destrozada por el tono de mi celular al que ingresa una llamada, no obstante, antes de contestar observo que son las cuatro de la mañana, hora que justifica que mi corazón esté desbocado.

Contesto en voz baja como muestra de respeto hacia los ronquidos de mis compañeros de viaje y finjo tranquilidad:

-El alcalde quiere verte hoy a las siete de la mañana en su despacho, le urge -me dice su secretario privado.

-Dile que no iré, porque necesito entregar a primera hora los originales de su informe, si es que pretendemos distribuirlo el día de la ceremonia -contesté cortés, pero terminantemente.

Evadí las miradas de mis culpas y volví a dormir. Unos cuantos minutos después otra vez el celular me despertó.

-Serapio te pide por favor que vengas, necesita hablar contigo -se me volvió a insistir en el mejor de los tonos.

-Que me disculpe, pero si voy no tendremos impreso a tiempo el informe, así que mejor duérmanse un rato y luego hablamos -fue mi lacónica respuesta.

La tercera llamada comenzó a sacarme de quicio:

-Recuérdale que su gente me bloqueó, por lo que casi tuve que arrebatarles la información; entonces, de plano, no iré, pues tenemos el tiempo en contra -dije ya molesto al secretario del presidente municipal, quien reiteraba la petición.

A las cinco de la mañana la cuarta llamada fue la vencida:

-Espérame, Manuel, el alcalde quiere hablar contigo… te lo paso -decidido a desahogar mi incomodidad, me levanto y camino hasta la parte trasera del autobús para alzar la voz sin interrumpir el coro de ronquidos del pasaje.

-Hola, Manuel, ¿cómo estás?

-Dígame, doctor.

-Por favor, necesito verte a primera hora en mi oficina.

-Imposible, sus colaboradores retrasaron nuestro trabajo, y si voy a verlo no habrá informe impreso.

-Eché a la basura todo lo que te dieron... ¡No tenemos informe!

-Voy para allá -es la expresión con la que cierro la puerta del enojo y abro la que da paso a la empatía.

La encomienda inicial para editar los libros del informe se ampliará al control del evento y de su contenido, pero antes debo soportar estoico la mirada del operador, quien duda de mi rapidez para comprar el boleto que extenderá a la frontera mi viaje.

Llegué temprano a Reynosa seguro de que no traicioné mi firmeza, pues fue la realidad la que me obligó a rectificar.

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