Imagen: Cortesía de Barragán Foundation
El valor de cualquier obra arquitectónica recae en su concepto, ese conjunto de ideas que le brindan la mayor cantidad posible de virtudes a la propuesta. Que ese concepto se concrete en un proyecto exitoso depende 100 por ciento de la experiencia del arquitecto, por lo que su quehacer nunca debe ser arbitrario ni puede ser sustituido por la labor de ningún contratista, maestro de obras o empresario con iniciativa.
Se suele hablar de diseño arquitectónico, pero de acuerdo con su significado, lo correcto sería llamarlo composición arquitectónica. La palabra “componer” proviene del latín componĕre, que a su vez nace de la unión del prefijo com- (“junto” o “todo”) y el verbo ponĕre (“poner” o “colocar”). Por lo tanto, etimológicamente, “componer” significa “poner juntas varias cosas para formar un todo”.
Componer es de artistas. Teniendo en mente a Mozart, que componía grandes piezas musicales, los arquitectos deberíamos tener esa vena de artista que se necesita para componer espacios significativos para las personas, aunque no todos la tienen ni la quieren tener. Componer no son ocurrencias, fachadismo o imágenes de Instagram o Pinterest. Tampoco lo es copiar ciertos modelos arquitectónicos solo porque tienen éxito comercial; eso es flojera y falta de creatividad. Todos los que nos dedicamos a esta profesión deberíamos generar nuestra propia obra alimentada por el trabajo inspirador de otros, empezando por los ganadores del Premio Pritzker.

ESBOZAR LA COMPOSICIÓN
Hay que soñar la arquitectura. Aunque a muchas personas no les guste esta vertiente romántica de nuestra profesión, lo cierto es que una obra puede ser poética sin dejar de lado el aspecto técnico, que, por supuesto, tenemos que dominar de igual modo.
Una manera de abordar una propuesta desde la creatividad es iniciar con una lluvia de ideas conformada por palabras clave relacionadas con el concepto que habrá de regir al proyecto. Para ello hay que sacar de nuestro “morral” todos los temas estudiados, todas las lecturas, todas las charlas, todas las experiencias que hemos acumulado.
Más allá de los planos, el arquitecto debe ser capaz de justificar con argumentos cada decisión que toma. Saber comunicar con palabras, ya sea de forma oral o escrita, ayudará a que todos los partícipes de una obra estén en el mismo canal, incluido el cliente. El arte de la charla es fundamental para detonar en él la emoción por lo que se construirá.
Es importante que cada arquitecto, o grupo de arquitectos, plasme para cada proyecto una serie de lineamientos que considere esenciales para luego integrarlos a un todo. Las ideas que surjan tendrán esas “reglas” como base.

INSPIRARSE DE LOS GRANDES
Como ya se mencionó, una práctica útil para desarrollar las composiciones propias es analizar el quehacer creativo de los grandes maestros. Por ejemplo, en el campo de la arquitectura, destaca Luis Barragán como un ejemplo a seguir.
Cito a continuación el testimonio de Jesús Alfredo Madariaga Torres, uno de los varios arquitectos que trabajaron con él: “Pues se pinta a los artistas como genios soñadores que se entrevistaban con musas o algún dios del Olimpo, que les murmuraban al oídocómo desarrollar su obra, es decir, los inspiraban. Mi experiencia en el despacho de Barragán me permitió ver que a Don Luis no le ocurría esto’’, se lee en el artículo Mi experiencia con Luis Barragán de la Revista Voces.
En dicho texto, Madariaga Torres describe que lo que hacía Barragán, antes de dibujar cualquier cosa, era sostener varias pláticas con el cliente para entender con profundidad sus necesidades y poder ofrecer los mejores resultados posibles. A partir de las conversaciones se elaboraba el denominado “programa arquitectónico”.
“Después de haber llegado a un programa preliminar, se pasaba a la parte poética y romántica del proyecto, es decir, se empezaba a soñar, imaginar, a crear la historia narrada del proyecto. Se empezaba a describir, como si uno fuera caminando en él. DonLuis lo aprendió del jardinero Ferdinand Bac’’.
La siguiente etapa era la del concepto básico, donde se realizaban los bocetos para señalar la distribución de volúmenes en el espacio. Los primeros esquemas generalmente eran rechazados por Barragán bajo su famosa premisa: “Al principio todo es caos”. Entonces era momento de volver a empezar para presentar nuevas propuestas.
Una vez que la propuesta elegida era aprobada por el cliente, se pasaba al desarrollo del proyecto, poniendo atención a cada detalle, desde las puertas de las habitaciones hasta la fachada, para luego generar los primeros planos constructivos.
“Al poco tiempo se iniciaban las construcciones, siempre tan grises y desordenadas. Así, paso a paso, se percibían lo que representaban esos croquis, planos, maquetas. Hasta que surgía con claridad la obra completa y comienza a acabarse lentamente. Había de todo: sueños, quejas, gritos, discusiones, errores, gastos y desvelos, pero con mucha satisfacción las cosas acababan bien”.
El paso final era el color, una característica importantísima en el legado de Barragán. Como lo comentó alguna vez Mario Schjetnan: “El color es un complemento de la arquitectura, sirve para ensanchar o achicar un espacio”. También es útil para añadir ese toque de magia que necesita un sitio.

MANTENERSE CREATIVOS
No está de más tomar en cuenta que, como en todo arte, no hay un método exacto a seguir para componer espacios. Es como hacer un pastel de chocolate: hay una gran variedad de recetas y es tentador copiar algunas, pero ninguna de ellas será tan satisfactoriacomo la creada por uno mismo a base de experimentar con los ingredientes y los procesos. Para lograr el pastel perfecto para nuestro paladar es necesario vencer la pereza y la ley del menor esfuerzo.
Así es también la composición arquitectónica: una mejora continua impulsada por la constante investigación en nuestro campo, que solo se logra con el paso del tiempo y la experiencia, donde se compite con uno mismo y se colabora con los demás.
A partir de un croquis puede surgir una cascada de detalles que crezca de forma orgánica más allá del proceso constructivo. Las piezas sueltas conformarán un rompecabezas completo, pero cada una de ellas se puede utilizar en muchos proyectos de manera independiente, sobre todo si estos se abordan inicialmente de lo micro a lo macro. Este tipo de composición es como jugar al Tetris o al Block Master.
En la concepción de una obra, la evolución micro- macro puede invertirse. Por ejemplo, cuando se ha llegado a un concepto regulador o idea madre, servirá subdividirlo en partes más pequeñas.
Es esencial no olvidar que la creatividad no solo se ejercita durante el proceso de composición arquitectónica de proyectos específicos, sino en el día a día a través de diferentes prácticas, como las siguientes: hacer listas, cargar con un cuaderno a donde sea para anotar ideas, tratar de hacer escritura libre, alejarse de los dispositivos digitales, tomar descansos suficientes, oír música nueva, ser abierto a otras opiniones y experiencias, rodearse de gente creativa, buscar retroalimentación sobre lo realizado, ir alugares nuevos, darse la oportunidad de cometer errores, romper las reglas, limpiar el espacio de trabajo, terminar un proyecto por pequeño que sea y sin importar si es perfecto o no, y, sobre todo, divertirse.
La práctica hace al maestro, así que dejemos de hablar y vayamos a preparar el mejor pastel de chocolate del mundo. Carpe diem.
jatovarendon@yahoo.com