Con las consultas al sector productivo de América del Norte inicia la revisión del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Es una de las etapas más importantes del sexenio de Claudia Sheinbaum en materia de comercio y política exterior. El futuro económico de México y de Norteamérica estará en juego hasta julio de 2026, cuando concluya el proceso de revisión y se relance, si los astros se alinean, un T-MEC 2.0. Para afirmarlo basta saber que más de la mitad del PIB de nuestro país depende del comercio con sus socios de América del Norte, que México es el primer proveedor y ya también el primer comprador de EUA y que la única forma que tiene la región de competir con China y su bloque económico de Asia Pacífico es con una mayor integración económica. Los gobiernos de México y Canadá lo entienden. Por eso, la semana pasada el primer ministro canadiense, Mark Carney, y la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, se reunieron en la Ciudad de México para acordar una estrategia conjunta en la revisión del T-MEC frente a los embates proteccionistas y arancelarios del presidente estadounidense, Donald Trump. Pongamos algunos puntos sobre las íes para visualizar el escenario que se viene.
La negociación no será fácil. Observo por lo menos seis puntos complejos a la hora de la revisión. Uno: Washington va a impulsar reglas de origen más estrictas en el sector automotriz, es decir, que el contenido regional y estadounidense de los vehículos sea aún más alto que el que se tiene actualmente, lo que implicaría para México configurar cadenas de proveeduría e incrementar costos productivos. Dos: la Casa Blanca también presionará para excluir de forma más efectiva a China de la cadena productiva regional, para lo que México ya se prepara con los aranceles a las importaciones asiáticas. Tres: la obsesión de Trump de mezclar el comercio con la migración y la seguridad amenaza no sólo con la imposición de más aranceles sino de otras medidas coercitivas fuera del tratado que compliquen su cumplimiento. Cuatro: el gobierno de EUA exigirá a México que cumpla cabalmente los capítulos laborales del T-MEC antes de probablemente endurecerlos o ampliarlos a otras industrias con la posibilidad de sugerir un salario mínimo regional que metería en aprietos al empresariado mexicano. Cinco: Washington y Ottawa han expresado ya la necesidad de mayores garantías jurídicas a su inversión en nuestro país, sobre todo en energía y recursos minerales. Y seis: la presión de los productores agropecuarios estadounidenses puede conducir a que el gobierno de Trump tome medidas restrictivas para las importaciones de alimentos provenientes de México.
Si la nueva sintonía Mex-Can quiere tener éxito en su negociación con la gran potencia americana, considero que hay algunas rutas que deben transitar más allá de declarar que harán un frente común y reconocer que Canadá necesita tanto de México para prosperar en esta empresa como México necesita de Canadá. Ambos países deben llegar con una agenda bien definida y consensuada con sus respectivos sectores productivos de forma tal que muestren una solidez a dos bandas sobre los mismos temas de interés. No será fácil, pero hay que intentarlo. Es probable que Donald Trump vuelva a proponer una negociación bilateral con cada país en vez de trilateral; México y Canadá deben resistir a la tentación de morder el anzuelo porque eso los colocaría nuevamente en desventaja. El comercio entre mexicanos y canadienses es considerablemente menor al que tienen por su cuenta con los estadounidenses, y esto debilita su posición conjunta, por lo que tienen que mejorar su colaboración en intercambio para fortalecer su frente común. Por último, Mex-Can debe ensayar una compleja jugada doble que le permita una ventaja estratégica ante EUA: tomar la iniciativa en los temas más sensibles para Washington con la idea de abordar de raíz los problemas que complican la relación, mientras, al mismo tiempo, hace uso de los mecanismos legales del tratado para defender sus intereses y construye alianzas con sectores internos estadounidenses, tales como gobiernos subnacionales, cámaras y agrupaciones.
Si todo sale bien podríamos encarar un proceso de revisión acotado y técnico sin tener que reabrir todo el texto, incluso atendiendo a algunas de las demandas más importantes de Donald Trump. Si todo sale bien -vamos, pensemos que el mejor escenario es posible y probable-, no sólo tendríamos T-MEC hasta 2036, sino para algunos años más, con una América del Norte más integrada y resiliente en su cadenas productivas y de valor; un nearshoring efectivo y tripartita en sectores estratégicos; más flujo de inversión y comercio; mayor competitividad frente a Asia Pacífico, y bajo el nuevo paradigma de la seguridad económica. En el remoto caso de que todo salga mal, el T-MEC se rompe con la salida de EUA, lo que llevaría a Norteamérica a un retroceso comercial y económico histórico para beneplácito de China y sus socios asiáticos. Es creíble que México salga con la peor parte en un escenario así, pero EUA y Canadá también sufrirían bastante por la salida y/o pausa de las inversiones. El aparato productivo de los tres países tardaría años en adaptarse a una nueva realidad regional fragmentada.
Incluso si el resultado de la revisión es positivo, México enfrentará grandes retos. Destaco aquí sólo algunos: adaptar su base productiva a unas reglas de origen más estrictas; cumplir las medidas de control de importaciones provenientes de China, es decir, vigilar mejor lo que EUA llama la puerta trasera; prepararse para el cumplimiento y ampliación de los compromisos laborales; fortalecer el Estado de derecho, la seguridad, la certeza jurídica y dar mayor certidumbre regulatoria a las inversiones nacionales y extranjeras, y elevar sustancialmente su infraestructura energética, hídrica, logística y de hospedaje industrial. Lo más inmediato para nuestro país en estos momentos es mejorar la capacidad de negociación con un equipo técnico completo, que no se tiene en estos momentos.
Pero pensemos que México tendrá con qué superar esos retos, por lo que se colocará ante oportunidades históricas, entre las cuales veo: su consolidación como el destino privilegiado del nearshoring, no sólo como manufacturero sino también como protagonista de algunas cadenas de valor avanzadas; un impulso sostenido a su competitividad regional y a su acceso preferencial al mercado de mayor valor del mundo; la posibilidad de generar empleos mejor remunerados que incentiven un desarrollo más equilibrado y justo, y por último, afianzar la posición geopolítica de México, como puente entre Norteamérica y América Latina. Al final, un T-MEC repotenciado es para América del Norte la única manera de garantizar un futuro en el nuevo mundo multipolar de bloques económicos regionales.